No descubro nada nuevo si afirmo que uno de los puntos clave para que una carrera termine siendo un éxito es que el estómago funcione. En carreras largas, de maratón hacia arriba, el estómago puede ser el que decida si llegaremos hasta la meta y en qué condiciones y, en carreras más cortas, puede ser un factor determinante para que disfrutemos de los kilómetros y rindamos a nuestro mejor nivel.
Antes de las competiciones, sobretodo de aquellas que tenemos marcadas en fosforito en el calendario, ponemos muchos recursos, esfuerzos y atenciones – tal y como debe de ser – al tapering físico, al material, a las horas de sueño, a los suplementos, al recorrido, a controlar la meteorología, a pasar por el fisio, a cargar bien nuestros depósitos alimentarios e hídricos.
Seguramente, para llegar hasta este punto, habremos entrenado duro, muy duro, habremos sacrificado momentos con la familia o con los amigos, habremos dedicado recursos económicos; en fin, habremos hecho todo aquello que estaba en nuestras manos y que podíamos controlar para llegar al día D en las mejores condiciones posibles.
Pero llega la competición y estamos con aquella mosca detrás de la oreja pensando a ver qué va a hacer nuestro estómago ese día.
En parte, podríamos pensar que es una cuestión de fortuna pero, en otra gran parte, debemos saber que tenemos un poder muy importante a nuestro alcance que descuidamos y que nos podría ayudar mucho en este aspecto.
Reflexionemos un poco: ¿Cómo cargamos depósitos previo a competición? Muchos carbohidratos, casi siempre simples y refinados. Como deberemos correr y gastaremos mucho, nos permitimos de todo durante la carga: grasas que, a lo mejor, no comemos normalmente; más azúcares de la cuenta; más sal; bebidas isotónicas que no tomamos en nuestro día a día; suplementación extra, etc.
Sabemos que, por el estómago pasan los nervios, la comida, la bebida… y todo ello afecta al resto del cuerpo. Si sumamos estos nervios que nos rondan previos a la competición, a una alimentación e hidratación muy sobrepasada a lo que estamos acostumbrados, lo único que generamos es, sin usar palabras científicas ni técnicas, malestar, inflamación y mucha fatiga a nuestro aparato digestivo.
¿Quién no se ha metido en la cama el día antes de competir con aquella sensación de hinchazón y de no poder ingerir ni un gramo más? Digestiones pesadas, defecaciones de color, olor y consistencia diferentes, incluso más gases de lo normal.
Cuando terminemos los depósitos que almacenan nuestros músculos e hígado, necesitaremos ingerir para seguir funcionando al máximo nivel, así que, necesitamos que nuestro aparato digestivo esté al 100% porque es el encargado de mandar a la sangre todo aquello que el cuerpo va a necesitar para que siga funcionando al máximo rendimiento, ¿por qué lo fatigamos previamente?
Deberíamos plantearnos nuestra alimentación previa a carrera y buscar alimentos más suaves, con pocas complicaciones, fáciles de masticar y de digerir. Comerlos de forma consciente, sin estar pegados a las pantallas y masticarlos muy bien para que el aparato digestivo esté igual de bien cuidado que el resto de los factores que entendemos como clave.
Patata, boniato, arroz o pasta bien cocidos – y a poder ser, enfriados unas horas antes en la nevera; huevos duros, atún, pollo a la plancha – todo cortado pequeño, bien cocido y bien masticado; pastas de aguacate, crema de cacahuete – pero no en exceso -, pasas hidratadas, dátiles, arándanos; y un largo etcétera de alimentos que nos pueden aportar mucha energía sin maltratar, ni fatigar de antemano a uno de nuestros “motores centrales”, de la misma manera que no se nos ocurriría pegarnos un entrenamiento de la muerte los días previos.
No le demos al estómago razones para que coja las riendas de nuestra suerte en competiciones. Es un aspecto que también podemos controlar. ¿Probamos con el tapering de estómago?