Vamos a empezar el texto con unos topicazos, a ver si así consigo sorprenderos a medida que vayáis avanzando… Alrededor del deporte se generan muchas acciones solidarias con un gran seguimiento y entusiasmo tanto por parte de los organizadores como de los participantes y, evidentemente, el trail no queda fuera de este fenómeno social. Y digo fenómeno, porque, sin querer ofender a nadie, estaréis de acuerdo conmigo que la especie humana, por naturaleza, no somos altruistas, sino más bien bastante egoístas. Por esta razón, el hecho de que haya tanto seguimiento en carreras solidarias no deja de sorprenderme de forma gratamente positiva y me abre una hebra de esperanza y de confianza hacia nuestra sociedad.
Mi padre está enfermo, un cáncer crónico que, actualmente le permite una vida de relativa buena calidad. Hace doce años, cuando estaba saliendo de una quimio feroz que le dejó irreconocible, me lo llevé de coche de soporte a una carrera solidaria por equipos. Pensé que sacarle de casa, después de tanto tiempo encerrado, le sería una bendición.
¡En mi vida he tomado una decisión más acertada! Aunque ese día sufrí mucho por él y me arrepentí de haberle propuesto tal locura en su estado. Pero muy lejos de esto, entre avituallamiento y avituallamiento, él tenía mucho tiempo y, aunque su cuerpo estuviera demacrado, su cabeza nunca deja de trabajar y de ese día salió una idea que le ha dado vida durante estos doce años.
Cuando nos llevaba a casa por la noche, me suelta: “Anna, tengo que montar algo parecido en casa para recaudar fondos para mejorar las salas de quimio de los hospitales porque son un drama. Y yo, cansada de todo el día y acostumbrada a sus ideas de bombero, no le di demasiada importancia…

Pero en poco tiempo, ya había reunido a un pequeño equipo de entusiastas como él –que nunca más le abandonarían –y en 2013 sacaba adelante la primera Oncotrail, una prueba solidaria de 100 kilómetros por equipos de entre 6 y 8 personas, de los cuales 4 siempre deben estar corriendo/andando juntos. El primer año fueron unos 45 equipos. Fue una edición emotiva y preciosa y se recaudaron poco menos de 60.000 euros que se destinaron directamente a mejorar salas de quimio y camas de hospital de las zonas de oncología.
La iniciativa fue llegando a orejas de corredores de todas las tipologías y la cosa ha ido in crescendo hasta día de hoy, que tras la cancelación del 2020 por la covid, ha llegado a su novena edición, ha juntado a 300 equipos (unos 2.400 corredores) –cierran inscripciones con lista de espera- y ha recaudado 294.000 euros.
Y, ¿por qué os explico todo esto? Pues porque tras nueve años detrás de este acontecimiento, tanto como voluntaria como corredora, no he dejado nunca de sorprenderme del magnetismo que generan este tipo de pruebas y, he ido generando mi propia teoría sobre la tipología de personas que participan y sus motivaciones:
- los deportistas de alto nivel;
- los amateurs entusiastas del deporte;
- los deportistas que se inician.
Antes de centrarme en cada uno de ellos, debo confesar que cuando se hacen acciones para la lucha contra el cáncer, toca de cerca a tantas personas que es fácil involucrarse en este tipo de actos porque todos, desgraciadamente, por un lado o por otro lo sufrimos.
Pero dejando esto a un lado, los deportistas de alto nivel se ven atraídos por estas pruebas porque son eventos donde pueden salir a correr sin ningún tipo de presión, gozando de cada kilómetro con los amigos, familiares y el público. Acostumbran a ser reconocidos durante la prueba y es un acto que les humaniza. Se pasan el año corriendo pensando en los resultados y centrados en ellos, poder sentirse altruista por unos instantes es algo que les mueve.
Para los amateurs entusiastas es una fiesta. Se montan su equipo de colegas o de familiares y disfrutan de la previa, del durante y del post. Entrenan juntos, se diseñan sus estrategias y comparten un día lleno de emociones y de contrastes haciendo lo que más les gusta.
Y, finalmente, los deportistas que se inician son un colectivo enorme, muy necesario para llenar estos eventos solidarios. Acostumbran a ser hitos de magnitudes infinitas para ellos, pero se suben al carro de la solidaridad, sufren como ningún otro corredor y llegan a la meta tras una experiencia que no podrán borrar jamás de sus memorias (y una previsión de agulletas que en ese momento no son capaces de imaginar).
En la meta del Oncotrail he visto llorar a más personas que en ningún otro lugar. Se mezclan sentimientos muy extremos: desde los más físicos como la fatiga, la épica, el orgullo de haber terminado, hasta los más carnales como la rabia y la tristeza al pensar en quienes están luchando o quienes nos han dejado por culpa del cáncer. La gente cruza la meta, se abraza y llora, sin pensar en absolutamente nada más. Ni el tiempo, ni la posición…
¡Es, sencillamente, solidariamente precioso!