Correr por montaña es uno de los deportes de resistencia que más energía exige. Los continuos desniveles nos obligan a dar lo máximo y sacar lo mejor de nosotros, provocando un desgaste mayor que si corriéramos en llano, sobre todo a nivel muscular. Por ello, es imprescindible para un corredor de montaña aprender a administrar fuerzas en cada entrenamiento y, sobre todo, en cada carrera.
Cuando empezamos a correr nos encontramos más frescos y tendemos a llevar un ritmo bastante más alegre del que tendremos en los tramos finales de nuestra carrera. En realidad, muchos preparadores físicos aseguran que el ritmo perfecto es aquel que nos permite correr en progresión, es decir, si dividiéramos el trazado a recorrer en dos mitades de idéntica distancia, realizando la segunda más rápido que la primera, o como mínimo, al mismo ritmo. Sin duda, una tarea complicada, ya que el desgaste y el cansancio juegan en nuestra contra, de ahí la necesidad de aprender a administrar la energía.
Es habitual, especialmente en las carreras, que, motivados por la euforia de la salida y los primeros kilómetros, donde suele haber más núcleo de público, empecemos a un ritmo muy superior al que debiéramos. La adrenalina se apodera de nosotros y aunque nos enfrentemos a una carrera de 80 kilómetros, muchas veces salimos como si fuera un diez mil de asfalto.
El otro día hablábamos de que en la montaña correr no es siempre la mejor opción, ya que en pendientes de gran desnivel positivo quizá sea más rentable caminar que correr, para así hacer mejor uso del gasto energético, sobre todo durante la primera mitad del recorrido.
Así pues, es preferible reservar energía para después que gastarla desde el principio. En las pruebas de montaña de larga distancia todo ahorro de energía es válido, ya que siempre vamos a tener tiempo y kilómetros donde gastarla, mientras que si nos desfondamos prematuramente, difícilmente nos recuperaremos. Al correr, por ejemplo, un maratón, es preferible llegar al kilómetro 30 con la sensación de poder haber dado más y apretar en esos 12 últimos kilómetros hasta vaciarnos, que llegar sin gasolina y tener que arrastrarnos. Ya sabes, en la montaña, siempre hay tiempo para gastar la energía ahorrada, solo tienes que encontrar el momento.