En las últimas semanas, con motivo del posible hallazgo de agua subterránea en Marte, han proliferado las fotos sobre el planeta rojo. Pues bien, juro que he visto un sendero en Marte. Igual que vi una trialera en la foto de un asteroide o se me van los ojos a ambos lados de la carretera cada vez que asoma un camino. Lo mismo me sucede desde el avión -cuando la vista lo permite- o desde el tren, siendo este mi transporte favorito para fabular sobre dónde irá aquella trocha, cómo se llegará al monte que se ve a lo lejos o qué suerte tienen los que viven cerca de aquí, que pueden tomar este sendero que se ve desde la ventanilla siempre que quieran. Decididamente, veo el mundo -y el espacio sideral- con los ojos de un trailrunner. Y estoy convencido de que no me pasa solo a mí. Cualquiera que haya disfrutado de la carrera al aire libre, en el medio natural, tiene que sentirse atraído irremediablemente ante cualquier sendero, huella, camino o posibilidad alguna de atravesar por algún sitio sin asfalto de por medio. Y si no hay paso, su imaginación lo crea.
Decididamente, veo el mundo -y el espacio sideral- con los ojos de un trailrunner
Lo de Marte, obviamente, fue una visión provocada por la sugestión. No había ningún sendero pero divagar es gratis. Quién sabe si algún día no se va a celebrar una edición del Marathon Des Sables por allí. El terreno es perfecto...
Lo cierto es que los trailrunners vemos el mundo en forma de pliegues, de mapas e intentamos transformar cualquier situación cotidiana en un Trail. Una de las más afortunadas evoluciones la encontré por casualidad en un reportaje televisivo hace unas semanas. Estaban hablando de golf, yo no prestaba la más mínima atención, hasta que alguien pronunció la palabra clave: running. El tipo estaba hablando de una especialidad llamada "speed golf". Se trata de hacer el recorrido del campo en el menor número de golpes posible -como siempre- y en el menor tiempo posible. Para ello hay que correr. Eso es lo que captó mi atención, por encima de los palos y de la técnica. Y el campeón del mundo de la especialidad corre mucho. Es capaz de completar un campo de 9 kilómetros en 33 minutos. Se usan tres palos, una bolsa ligera, se golpea la bola, se carga con los bártulos y a correr hasta la bola. Así, 18 hoyos. Hay que ir muy rápido, ser muy preciso, trazar una estrategia y, según vi en el reportaje, el calzado era de puro trail, lo que acabó de despejar mis dudas y captar mi atención.
¿Es golf? Por supuesto. ¿Es trail running running? Yo creo que sí. Al menos, una escisión de ello. Correr, naturaleza, mochila, terreno variado -hierba, arena, bosque, agua-, competición contra otros o contra uno mismo... ¿La atracción por esta singular disciplina es fruto, una vez más, de la sugestión que siente el trailrunner ante todo aquello que roce mínimamente su deporte favorito? Desde luego. Jamás hubiera prestado verdadera atención al reportaje de no ser por que un tipo salió disparado en zapatillas de trail detrás de una bola de golf.
Igual que jamás hubiera visto un sendero en Marte de no ser por la obsesión por el trail. O, tal vez, no fue obsesión. Quizá el sendero esté allí...