“Al fondo tenéis sopas de ajo", decían a la entrada de la bodega. Sopa castellana caliente a media mañana, barricas rematando el escenario de una gran estancia y corredores de todos los niveles sonriendo copa en mano. Digamos que es una de las imágenes que dejó el fin de semana de septiembre en la Ribera del Duero.
Hay muchas más. Hay momentos dedicados a fotografiar todo. Hay hueco para brindar por la alegría de practicar deporte de larga distancia, para maldecir la enésima aparición de un viento de cara o preguntar por qué subir a los riscos de un castillo cuando la meta queda seiscientos metros hacia la derecha. Todas estas imágenes componen la tercera edición de la Ribera Run celebrada en las hectáreas que circundan la vallisoletana Peñafiel, en la archiconocida Denominación de Origen Ribera del Duero.
Los principios que guían el proyecto son sencillos: hacer saber al mundo del corredor que existe un mundo cultural y paisajístico en Castilla León, y entender que la historia de la enología y del terruño es la de un matrimonio indisoluble, actual, eterno.
Esta localidad, vieja cabecera histórica y hoy en puertas de las semanas previas a la vendimia, se embarcó en 2017 con la organización de la Ribera Run Experience y hoy todo empieza a cobrar brillo y lustre. Los principios que guían el proyecto son sencillos: hacer saber al mundo del corredor que existe un mundo cultural y paisajístico en Castilla León, y entender que la historia de la enología y del terruño es la de un matrimonio indisoluble, actual, eterno.
Casi un millar de participantes aceptaron las distancias propuestas. Desde la gran ronda inicial, hoy actualizada a la distancia maratón, hasta una Media que superaba con creces las dimensiones y una renovada Promo con permanentes incorporaciones de bodegas y nuevos caminos. Ese es uno de los mejores síntomas: nuevas firmas que piden a la organización ser protagonistas en la fiesta del correr y los viñedos.
Sabiendo que los cielos se revolverían, aunque sin la certeza de a qué hora iba a ocurrir, fuimos trasladados a la salida de la distancia maratón. Esta, situada en el yacimiento prerromano de Pintia, nos lanzaba hacia una de las sendas más sorprendentes de las llanuras castellanas y que discurre en formato sendero GR por el mismo río Duero. El verdor y la umbría deseados durante el verano, por fin sobre nuestras cabezas.
Dos corredores estadounidenses, Jonathan y Kathleen, iban parando embelesados en cada recodo, puente o viñedo. Todo lo preguntaban: cómo se decía membrillo, si el queso de los avituallamientos era de oveja o si alguno de los corredores locales sabíamos, por casualidad, qué tipo de uva sería la de este u otro talud. Esa es la experiencia que la Ribera Run exporta, la de una carrera que puede unir a las gentes alrededor de unas copas y unas mesas. El agradecimiento a los voluntarios, varios de ellos participantes en ediciones anteriores, compartir la historia de un castillo o unos recintos amurallados o que todos nos llamáramos por los nombres de pila tras cuatro horas de correr por las blanquecinas pistas que unen viñedos y localidades.
Al tiempo, casi 600 dorsales nutrían el recorrido de la Media a todos los ritmos posibles. Todo un espectáculo de parar en los esquinazos y los avituallamientos, en los puentes del Duero o las paredes calizas del monasterio de Valbuena, al que envidiábamos según pasaba la carrera pegada a su piscina y terrazas privadas. Y las redes sociales se iban llenando de #riberarunexperience y de fotos, de risas y de brindis.
Por delante consumían kilómetros los Jessed Hernández y Marco de Gasperi, sobresalientes al igual que Angels Llobera, en distancia maratón, o Yolanda Martín y el leonés Jorge Rodríguez en media, pero todos los dorsales contaban con su particular día entre viñedos. Desde un Martín Fiz que era tercero absoluto en media hasta cada uno de los componentes de clubes que empiezan a contar con la Ribera Run como uno de los destinos grupales por todo el país. Sevillanos, valencianos, castellano leoneses de todas latitudes o asturianos iban dejando su modo de vivir la vida en los caminos de la zona. Decenas de acentos, decenas de chistes y las maldiciones que trae de casa cada uno, prendidas en el hábito de sufrir corriendo. Corriendo y caminando, siendo la opción senderista este año de una aceptación sobresaliente.
El incomparable escenario de la Plaza del Coso de Peñafiel iba recogiendo por la tarde a los victoriosos y acompañantes alrededor de un arroz para más de mil raciones. Como es tradición, los finishers llenaban de vino de la tierra la original copa de vino conmemorativa. El viejo espacio arenado de Peñafiel iba tomando el aspecto de una fabulosa fiesta de pueblo, y los corredores con cientos de camisetas de colores chillones charlaban y reían mientras las piernas iban haciendo notar la paliza de la jornada.
Y en esto que se abrió el cielo y las nubes dejaron escapar una lluvia no invitada a la fiesta. Muchos miramos hacia arriba pensando qué habría sido de una edición entre viñedos pasada por agua. Pero esto tendrá que ser otro año. Y allí estaremos de nuevo.