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El placer de correr en otoño

Procura no perdonar ni un día. Hay que salir a correr o a patear antes de que los árboles se desnuden

ROBERTO PALOMAR. ILUSTRACIÓN: CÉSAR LLAGUNO.

El placer de correr en otoño ©️CÉSAR LLAGUNO.
El placer de correr en otoño ©️CÉSAR LLAGUNO.

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Hay dos épocas del año que compiten en belleza cuando salgo a mis correderos serranos. La segunda quincena de mayo es una explosión de verdes, un reventón primaveral que provocan en el trail runner un deleite ante lo que está por venir. Días largos y cálidos para trotar sin medida durante meses. Pero no perdamos de vista la época actual, las dos o tres primeras semanas de noviembre, con una paleta de colores única. Cambia incluso el sonido de la pisada y del bastoneo porque los caminos están alfombrados y mullidos de hojas muertas. Hay tantostonos marrones y dorados que a veces es obligatorio dejar de correr para captarlo todo en su plenitud. Es un regalo correr por tan diferentes de una estación a otra.

Como mayo es la puerta del verano, no hay prisa. Hay días por delante. Pero en noviembre el trail runner se desazona porque sabe que disfrutar de un paisaje único tiene fecha de caducidad. Así que procura no perdonar ni un día. Hay que salir a correr o a patear antes de que los árboles se desnuden y el frío invite a recortar los recorridos o incluso a remolonear y arrastrar los pies hasta el gimnasio.

Quienes no fallan nunca en su caminata son tres mujeres de un pueblo cercano con quienes me encuentro cuatro o cinco veces al año, cuando me acerco por su territorio, en bicicleta, por un camino forestal bien cuidado. De tanto cruce, hemos terminado por establecer una amistad rural, campestre de las de parar a echar una parrafada.

Ellas ya habrán cumplido los 70 pero ahí están, cada tarde, adaptándose al cambio horario y a las condiciones ambientales. En invierno es fácil verlas a las cuatro de la tarde y en verano apuran su caminata hasta las nueve de la noche.

Mi último encuentro con ellas fue hace sólo unos días. "¿Pero ustedes salen siempre, todos los días del año?". "Todos. No fallamos ni uno. Tiene que pasar algo muy gordo para que no salgamos. Igual falta una de nosotras pero salimos las otras dos". Me picó la curiosidad. "¿Y cuántos kilómetros hacen?". Una de ellas se remangó y consultó un reloj con gps. Me quedé de mármol, claro. Lo último que esperaba era este despliegue tecnológico. "Pues si este cacharro no falla, hacemos once kilómetros y medio. De Sotos a Mariana y vuelta". Me dejó echar un vistazo a su reloj. "Tranquila, señora, que eso no falla. Hacen lo que marca. Y muy bien hecho está". 

Comentamos lo bonito que estaba el campo, el buen tiempo de este otoño cálido y quedamos emplazados para la siguiente ocasión sin tener la certeza de cuándo será. Podría suceder hacia la Navidad o vaya usted a saber. Quizá hasta la primavera no se produzca este curioso cruce. Tienen que darse muchas coincidencias pero el caso es que llevamos cuatro o cinco años encontrándonos y dándonos las buenas tardes con cierta regularidad.

Es evidente que el factor principal para que se den estos encuentros es que ellas salen todos los días. El mérito es suyo que no se dejan arrastrar por el frío, por el calor o por las telenovelas.

Ellas siempre están en el camino.

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