Pedro Galarza es al trail lo que Newton a la física o Kandinsky a la pintura. Un inventor, un adelantado a su tiempo. Eligió los Montes de Ordunte para poner en marcha un experimento que, tristemente, desapareció tras 22 años. Dio con la fórmula del éxito y abrió un camino que ahora transitan miles de personas. Con ustedes, el hombre que introdujo los maratones de montaña en nuestro país.
Los orígenes
En el balcón de un caserío del Alto Otxaran (Valle de Lobos, Zalla) un hombre de cabello desaliñado, piel curtida y voz rasgada se deleita una vez más con el verde que emana del prado Martinxu. Le hace fotografías y las envía orgulloso por whatsapp. Atiende al nombre de Pedro Galarza y mientras habla con nosotros disfruta de una avalancha de recuerdos infantiles que permanecen imborrables en su memoria: “¡Cuántas veces habré subido yo por ahí siendo niño!", nos dice esbozando melancólicas sonrisas. Habla de los años sesenta, cuando en España nadie corría por las montañas, casi tampoco por las calles. A aquel chaval inquieto le gustaban las bicicletas y sobre dos ruedas empezó a labrar una relación especial con el deporte, una relación que ha trascendido con los años llegando a dimensiones que jamás imaginó.
Porque hablamos de un tipo brillante que se adelantó a su tiempo. Fue un pionero, pero de los de verdad, el atributo no es gratuito, es un dato real, irrebatible, categórico, axiomático. Puso en pie el primer maratón de montaña en España y le bautizó con el nombre de Galarleiz. Todo el mundo conoce su carrera. Es una criatura cuya raíz se encuentra en el mismísimo Maratón de Nueva York. “Fui a correrlo en 1989 y en la feria vi una prueba de montaña que se hacía en Suiza. Cogí el tríptico y lo examiné. Al volver a mi pueblo se me ocurrió la idea de hacer un maratón en mi zona y el primer paso fue ir a la Federación de Montaña, pero me dijeron que el monte no está para correr, así que me fui a mi casa. Ahora se pegan por ver qué montaña tiene cada carrera", relata con su inconfundible humor.
La idea no prosperó entonces pero tras sufrir una hernia discal en 1995 se encontró con más tiempo del que debía, demasiado rato para pensar. Abandonó las zapatillas por unos meses y retomó esa vieja idea del maratón en Zalla. Al cabo de unas semanas, el deseo se convirtió en realidad. “Aquella primera edición fue una película de terror. Esto era el Amazonas. Empecé a medir distancias y por fin cuadré los kilómetros", nos comenta. Como anécdota, Pedro nos deja un pasaje imborrable de aquellos primeros pasos de Galarleiz, una escena que ya está muy lejos en el tiempo pero muy cerca en la memoria de quien fundó en España los maratones en las alturas. “Como no había forma de medir el tiempo yo ponía un recortable en el dorsal de cada participante y según iban entrando en meta les arrancaba ese trozo y los clavaba en un pincho. Así hacíamos las clasificaciones. Al año siguiente, en el 96, contraté a Champion Chip. Debí ser la primera carrera en Euskadi que se cronometró así. Pero si te cuento lo que pasó… Las baterías de las alfombras de cronometraje eran limitadas, y las pusieron en marcha a las 8:00 de la mañana al empezar la carrera, pero a las 14:00 de la tarde se habían agotado y entonces engancharon las baterías de los coches, y también se acabaron… Total, que me quedé sin clasificación. Yo que tenía miedo hice mi cronometraje a mano como el año anterior, ¡y fíjate que suerte tuve que me salvaron mis pinchos! Al año siguiente, para compensar, Champion Chip no me cobró el cronometraje".
Un maratón democrático
La filosofía con la que nació Galarleiz ha perdurado con el paso de los años. El estallido de las carreras de montaña en los últimos tiempos no cambió los ideales de Pedro, obsesionado con el bienestar de todos sus participantes. Por eso siempre prefirió gastarse el dinero en medallas finisher que pagar los gastos de atletas buenos. “Quizá es un pensamiento muy antiguo, pero soy así", explica casi con sentimiento de culpabilidad.
Hablamos de una carrera de 42 kilómetros que salía de la localidad de San Pelayo en Burgos y finalizaba en Zalla (Vizcaya). A Pedro le gusta resaltar una y otra vez que no se pasa dos veces por ningún sitio. El trazado, bello y no excesivamente duro, conducía en línea recta entre estos dos pueblos mientras se disfruta de un paisaje que sirve de frontera natural entre Burgos, Cantabria y Vizcaya. Nuestro protagonista se regocija hablando del recorrido, disfrutándolo igual que si lo estuviera corriendo: “A los 7 kilómetros se sube al Zalama, un monte de Vizcaya que sirve de frontera con el valle de Mena y de Soba. Así, a la derecha estás viendo el pantano de Ordunte, que pertenece a Burgos pero abastece de agua a Bilbao. A la izquierda queda el Valle de Carranza, que es Vizcaya, y al fondo ves el Mar Cantábrico. De la crestería al mar habrá unos 20 kilómetros".
En el reglamento Galarleiz no establecía un límite máximo para llegar a meta. Era una prueba democrática, cada uno podía tardar lo que quisiera. La única norma que debían cumplir los andarines de la marcha es que no podían llegar al prado Martinxu si no ha pasado todavía el primer corredor. “A veces me enfadaba con ellos porque en el país de los ciegos el tuerto es el rey y alguno se apunta como andarín pero luego sale escopetado", explica nuestro protagonista con cierto enojo.
Hablar del prado Martinxu es hacerlo de uno de los lugares más emblemáticos del trail running nacional. Es un rincón mágico que sirve de escenario para proyectar la imagen de Galarleiz al mundo. Para el recuerdo está esa fotografía de Iker Karrera subiendo a gatas por el prado apoyando las manos en el suelo. “Aquí nadie sube corriendo, pero a la gente le encanta la dureza de este kilómetro", puntualiza mientras lo señala extendiendo su brazo.
22 años de vida
Este fin de semana Galarleiz debería celebrar su vigésimo cuarta edición. Pero hace dos años una carta certificada del Departamento de Sostenibilidad y Medio Natural de la Diputación de Bizkaia ponía fin a 22 años de carrera. “Se nos anunció que al discurrir la prueba por la zona especial de conservación del Territorio de Bizkaia se prohibía la celebración de eventos de participación masiva, por ser lugar de conservación de especies silvestres", explica Pedro, quien ha tenido que lidiar siempre con las críticas y los comentarios de algunos aficionados que le acusaban de lucrarse con la carrera: “Durante años quise poner el día del briefing el balance de cuentas para que la gente vea los gastos e ingresos, pero tengo un par de amigos que me convencen para que no lo haga porque siempre van a existir las habladurías y tampoco es bueno hacerse mala sangre", comenta.
Antes de cambiar de tercio le preguntamos por el nombre que durante más de dos décadas bautizó al evento. Intuimos con acierto que Galarleiz viene de Galarza, pero nos falta por solucionar la otra parte de la ecuación. “Mi primo es Leizea y de mezclar ambos apellidos surgió el nombre. Pero no te creas que fue fácil, le dimos muchas vueltas. Al principio pensamos en Maratón de Zalla, pero no sería correcto porque va mucho más allá. También valoramos Maratón de las Encartaciones y Maratón de los Montes de Ordunte, y no nos convencía. Le dimos vueltas al tema de los apellidos y pensamos en Leigal (Leizea Galarza) pero sonaba muy mal, y así jugando con las palabras llegamos al nombre definitivo", nos cuenta como si hubiera sido ayer mismo.
Cocinero antes que fraile
La faceta como organizador del vizcaíno ha sido tan legendaria que a veces olvidamos que estamos hablando con un corredor. Y de los buenos. Estamos ante un tipo que tiene 2h 28:00 en el Maratón de Nueva York. Hasta entonces jugaba al fútbol y de adolescente montaba en bicicleta. “Lo de empezar a correr fue accidental. Vi un día a unos chicos corriendo y les pregunté que qué hacían, me dijeron que estaban preparando el Maratón de Bilbao y les pregunte que de donde salían. Al día siguiente me fui con ellos. Yo no lo sabía, pero me di cuenta de que andaba más a pie que en bici", relata desde su caserío en el Alto Otxaran.
Pedro siempre ha sido un tipo brillante, original, inimitable. En 2005, al cumplir 50 años, quiso hacerse a sí mismo un regalo muy especial: correr todos los maratones de España. Es decir, 26 en 365 días. Fue un proyecto que recuerda con orgullo. Y no es para menos. Los completó todos con marcas por debajo de las tres horas, excepto uno al que fue lesionado. Aunque eso es lo de menos. “En el 2005 hubo cuatro maratones que no se hicieron: Barcelona, Laredo, el del Nalón y el Tui. Pues hablé con los organizadores y fui a correr yo solo. En Barcelona iba a las 5:00 de la mañana escoltado por Protección Civil y los municipales. Fue el último, era 17 de diciembre y ya se me acababa el tiempo. Pasaba por la puerta de los clubes de alterne y me gritaban ‘¡Loco, qué haces corriendo!’ jajajaja". En aquel reto irrepetible tuvo que ajustar la agenda hasta el punto de correr 5 maratones en 17 días. “Aquel año fue impresionante", dice.
A sus 60 y tantos años Pedro tiene el espíritu joven como un chaval. Ya no corre tanto, la hernia discal le ha perseguido durante toda su vida y en 2011 volvió a operarse otra vez. En su palmarés como atleta no figuran grandes triunfos, pero sí fotografías que valen más que una medalla de oro. Él fue uno de los protagonistas del primer Maratón Alpino Madrileño. También habla con cariño del Ironman que completó en 1994. “Ha sido la última vez que he nadado en mi vida", explica. Aunque los triunfos de verdad también tienen sitio en la miscelánea de Pedro. “Yo cuando ganaba una carrera era porque fallaban los buenos, vencí en la media maratón de Ribadesella con 1h:05. Era consciente de mi nivel. En la Galarleiz ocurría algo parecido, el que ganaba sabía que en las carreras grandes no pasaría del cuarto o quinto puesto, pero aquí era feliz", dice orgulloso.