comitium

Mi primera maratón, por Irene de Haro

Un proyecto de vida convertido en realidad

Irene de Haro. Foto: Andrés Carnevali - Maratón de Jarapalos

Mi primera maratón, por Irene de Haro
Mi primera maratón, por Irene de Haro

En julio del año 2010 compré una postal en un pueblo cercano a Bilbao. Me senté en una terraza al atardecer. Dejé mi bolso a un lado, pedí algo fresquito y saqué la postal. Era de tono naranja, y en ella se recortaba la silueta de una furgoneta Wolkswagen, un dibujito de trazado sencillo que la representaba de frente. Todavía la conservo. En ella escribí deseos-proyectos-anhelos-metas-búsquedas. Cada vez que anotaba una palabra, lo recuerdo, levantaba la vista de la tarjeta, y miraba al cielo. Y oía el sonsonete de la gente hablando al fondo. Y el aire fresco del verano en el norte, me levantaba el vello. Fue un acto improvisado, pero escribí muchas cosas que quería hacer. No me preguntaba si las llegaría a hacer. No era una postal de preguntas, sino de respuestas. De metas de vida. Era una postal que yo enviaba hacia los finales para comprender los principios. Buscaba lugares para ir hasta allí.

Así que escribí: aprender inglés. Escribí: Berlín, Roma, París…; y escribí algunos deseos de amor. Escribí: escribir un libro; Escribí: enseñar, enseñar bien. Escribí: ayudar a los demás. Y escribí también: maratón de Nueva York.

Confié la tarjeta a la persona que entonces se sentaba a mi lado, y él la leyó. Leyó cada palabra. Sus ojos la iban recorriendo, con comprensión sensata. Con la paciencia de un acto profundamente íntimo disfrazado de cotidiano. Pero, de repente, su cara adquirió un tono burlón que subrayó al leer en voz alta: “¿Maratón de Nueva York? ¿Tú?”.

No he estado nunca en Nueva York. Pero estaré. Ya estaré. No me preocupa que las cosas se hagan esperar. Su espera sirve también para paladearlas. Y no sé si correré su maratón, porque hoy por hoy correr por asfalto no es lo que más me seduce, pero, visitar así esa ciudad (o Boston, o Londres, o cualquier otra gran ciudad) debe de ser un regalo de la vida. No obstante la sorna de mi acompañante no era por el sitio en sí. En aquella sonrisa había sarcasmo hacia mi capacidad para correr esa distancia. Para sufrir esa distancia. Aquella cara me miró y, sin palabras, dibujó en su retina el reflejo de una persona incapaz de tal propósito. Me construyó dentro de él sin aptitudes para lograr ese reto. Esa era la Irene que él veía cuando me miraba. No había desdén, solo era que él me pensaba así. Yo callé. El tiempo lo diría. Aunque secretamente reté a aquellos ojos.

En ese 2010 que cito yo corría un poco. Hacía carreras de 10K, y entrenaba saliendo tres veces por semana, unos 12 kilómetros cada vez. Sin método. En ayunas iba, a lo que mis piernas daban. Un día leí en una revista que había que meter cuestas para entrenar. Y metí cuestas. Arriba y abajo. Y cambios de ritmo. Pues algo de eso hice. Y yo me apuntaba a mis carreras. Fui a Valencia. Fui a Torremolinos. Fui a Berlín. Siempre carreras de 10 kilómetros. No sé si hice alguna más. Pero al final me cansé. O me hice daño. O me aburrí. Y además, en esa isla de tiempo, finalmente creí que yo nunca iba a correr una maratón, porque remaba hacia todas partes, sin llegar a ningún sitio.

De modo que ahí quedó el propósito, estampado en una postal. Como una muesca molesta de lo que cabría pensar que quizá era un sueño mal concebido.

El caso es que fue ya en 2015 cuando comencé a correr por montaña, tras un parón y un semisedentarismo extraño (alguna vez contaré las rutas de 110 kilómetros que me metía en bici de carretera sin entrenar). Y así, tras un año y ocho meses preparándome, siguiendo un programa sistemático a manos de un entrenador, cuidando los descansos, la alimentación, haciendo antes carreras más cortas que me fueron preparando, el día 19 de noviembre logré terminar la Maratón Alpina Jarapalos. Sé que no es la maratón de asfalto que me planteé en la postal. Correr por montaña es otro deporte, pero hoy por hoy sí que puedo decir que he corrido una maratón. Aunque sea de montaña (¿nos sirve?). Y nada menos que la maratón de Jarapalos. Y además, añadiré, no solo la terminé, sino que la disfruté.

Acabar una carrera de 42 kilómetros para una neocorredora como yo es un logro brutal. Así, aquella mujer que en 2010 se planteaba un reto y suscitaba dudas, ha podido. Porque su mente ha podido cincelar cómo abordar su meta exactamente. Porque ha sabido situarse para saber también qué pedirse. Y porque, no nos engañemos, sus piernas y todos sus sistemas llevaban detrás casi dos años de preparación y sueños que en conjunto han actuado como si una droga dura hubiera hecho cambios en su más íntimo metabolismo.

Aquellos ojos que me miraban en 2010 pensaron directamente en lo que suponía correr una carrera así. Lógicamente, en aquel momento, con mis condiciones de entonces, yo no podría haber logrado esa meta. Lo que había que entender era si yo sería capaz de comprometerme con ella. Si yo sería capaz de levantarme temprano a entrenar, de dedicar mi tiempo a mejorarme, de sacrificar mi zona de confort para alcanzar ese logro. Aquellos ojos que me miraban no comprendieron que antes de correr la maratón, yo daría muchos pasos. Y que para cada uno de ellos sí estaba preparada. Uno a uno. Uno tras otro. Hasta el final. Aquellos ojos ignoraban que los sueños pueden alcanzarse si adaptamos las premisas de lo que nos exigimos a lo que realmente podemos dar. Decir que “nada es imposible” solo es cierto si tenemos humildad, y si sabemos abordar la meta, fragmentarla, y tenerla presente cada día. Con determinación, autoconocimiento y sentido común, ciertamente “nada es imposible”. Y hasta un proyecto loco escrito en un papel puede cumplirse para hacernos mejores.