Tengo el alma rota. Y no es la primera vez que me pasa. Y para mi desgracia, tampoco será la última.
Resulta que hace ya mucho tiempo los informativos me son insoportables. Me dan golpes directos al hígado, y me quedo sin respiración.
Cuando era más joven, asumía este dolor como parte de la vida, y lo integraba en mí. E iba yo por los caminos, medio desolada, sin saber muy bien por qué me costaba tanto mirar al frente, tomar aire, ir adelante como si la vida fuera cosa de fluir. Y era, aunque yo no lo sabía, el peso de todas las desgracias del mundo. Que las hacía mías, y que me descorazonaban mi modo de mirar.
Encuentro en la vida más de lo bueno que de lo malo.
Luego descubrí la virtud de no informarse. De ignorar radicalmente. Ello me permitió darme cuenta de varias cosas. Una: el relato de los informativos es intencional, y adquiere su valor en la captación misma de la atención. Esto implica que a mayor impacto de la noticia, a mayor crueldad de la desgracia expuesta, más se atrapa al espectador. El negocio está servido; Dos: este relato nos niega entonces el hecho de que la realidad es mucho más poliédrica. Que en ella caben el amor y la belleza; el hallazgo y la bondad. Pero que eso no es noticia. Así que, de permitir que las noticias me inundaran, pasé a tener una experiencia de la realidad basada en mi propia atención de la misma. Ello me permitió ser más feliz, pues descubrí que, quizá porque mi filtro natural de interpretación tienda a ello, encuentro en la vida más de lo bueno que de lo malo.
Sin embargo, el tiempo y la madurez, me situaron en un lugar intermedio. Porque hay que saber. Hay que entender el mundo y no se pude vivir (hablo en términos morales) con el culo en pompa y los ojos bajo tierra como gusta de hacer el avestruz. Hay que saber. Y hay que saber para tomar partido. Para ser consciente. Para alzar la voz. Y para que ellos no hagan lo que les dé la gana (cuántas veces no sé del todo si yo misma estoy en ese ellos, con mi vida occidental de clase media…)
Y hablando de imágenes que desgarran las entretelas del corazón: la de la Sierra de Guadarrama completamente devastada.
Saber también implica que la imagen del saber se te enquiste en la pupila y se vuelva en ti un golpe recurrente, doloroso e irremediable.
Y hablando de imágenes que desgarran las entretelas del corazón: la de la Sierra de Guadarrama completamente devastada. Su panorama aéreo. La calcinación. La pérdida. El negror.
El fuego en las noticias estivales es un leitmotiv. Y su cantinela recurrente me ha provocado el llanto desde que tengo uso de razón. Por incomprensión. Y, a medida que me he hecho mayor y he ido descubriendo que existen los pirómanos, los intereses políticos, el mirar hacia otro lado, en no dotar a los cuerpos de bomberos con personal nutrido, con medios adecuados; a medida que he ido sabiendo todo esto, digo, crece en mí un sentimiento de vergüenza por pertenecer al género humano. Y una cruda aseveración se establece en mi conciencia: merecemos la extinción.
Esa sierra en cuyo seno tantos y tanto hemos gozado. Esa sierra majestuosa, indiferente a nosotros, esa vida que trasciende la nuestra misma, yace herida.
Sé que tan solo le hacen falta unos pocos centenares de años que yo nunca veré para recuperarse. Sé que en cuanto ya no estemos, la vida abrirá su camino, y se olvidará de nuestras llagas. Porque a la naturaleza le importan un carajo nuestras guerras, nuestras luchas de poder y nuestro depredación económica. Cuando esta enfermedad de nuestra existencia le sea incurable, cuando aplique su propia quimioterapia, cuando se deshaga de nosotros como tumor, se alzará sin testigos con su inconmensurable majestad. Para ella misma. Pues si alguien ha de sobrevivir a este pulso sin sentido, será, sin duda, ella. Y por entonces, ay de la oportunidad perdida, no será más un regalo que nadie pueda ajar con su estúpida ceguera.
Algunos días, cuando la realidad misma me aplasta como hacía en mi juventud, tengo ganas de que esto acabe. De que ya no haya esperanza para nuestros niños. De que ganen ellos. Los que queman. Los que contaminan. Los que plastifican nuestras almas y nos anestesian con la pasmosa facilidad de un papel llamado billete o de una imagen en una pantalla a la que golpeamos dos veces como mero automatismo.
Algunos días, cuando el foco de mi atención no está en los buenos, ni en el amor, ni en la superación; cuando el dolor del mundo mismo no me permite apenas tragar saliva, cuando no veo por dónde tomar impulso, pienso: Que nos den. Al carajo. Que nos den.
Me valga este artículo para dolerme de cualquier fuego. Pero esta Sierra de Guadarrama, ay, esta Sierra: qué presente tengo lo que me regaló el año pasado en el Trail de Peñalara. Cuántas veces la he recorrido nuevamente en mi imaginación… Y cuánto miedo tengo cada vez que me enamoro de un paisaje a que mañana deje de existir…
Muchos estamos de luto. También David López Castán y Pepe Martín. Cómo lo siento. Cómo lo siento. De corazón.