Explicaba el gran John Toshack, una leyenda de los banquillos, cuál era su reacción ante un mal partido de su equipo: “El lunes, piensas cambiar a los 11 jugadores para el domingo siguiente. El martes, cambiarías a siete u ocho. El miércoles, cuatro o cinco… Total, que el domingo vuelven a jugar los 11 cabrones de siempre". La reflexión es una de las más celebradas en el mundo del fútbol.
Es difícil no establecer una comparación entre lo que le pasaba al entrenador y lo que sucede con una línea de meta en un Ultra Trail. A falta de 20 kilómetros, crees que no llegas y piensas en qué diablos haces allí, maldices haberte apuntado a la carrera y aseguras que nunca más, que todo eso se acabó. Incluso se te pasa por la cabeza abandonar en el siguiente avituallamiento, al calor de una bebida y con la seguridad de una buena evacuación que acabe con tanto sufrimiento. A falta de 10 kilómetros, ves que la hazaña es posible y agradeces el guiño de aquel voluntario que te animó a seguir un poco más cuando ibas a dejarlo todo. En el último kilómetro, estás en la gloria. Y cuando pasas por el arco de meta, te crees un tipo único, imbatible y campeón del mundo de Ultra Trail, nivel urbanización.
Pero ahí no acaba todo. Cuando te dan la medalla, piensas en presidir la Federación Internacional de Carreras de Montaña. Unos metros más adelante, cuando accedes al punto de hidratación y te dan un refresco, agarras uno de esos folletos de próximas carreras, cuadras fechas y calculas cuándo podrás volver a ponerte el dorsal. Con una cerveza en la mano y metido ya en la tertulia de contar batallitas, has planificado la temporada entera. ¿Qué pasó con el tipo que se iba arrastrando a falta de 20 kilómetros y que pensaba en abandonar? Nada. Es el mismo tipo. La diferencia es que ha cruzado la meta y la meta de un trail o de cualquier otra prueba, por mucha exigencia que tenga, es curativa. Posee propiedades terapéuticas. Pocas disciplinas como el trail o el deporte de resistencia obran en el ánimo del corredor una transformación tan asombrosa como para sacarlo de la ruina y llevarlo a un estado de euforia desconocido. La línea de meta es el diván del psiquiatra, el abrazo de una madre, el palmeteo en la espalda de los colegas, la reconciliación con el plan de entrenamiento y el estilo de vida que has decidido llevar.
Uno no conoce a ningún corredor que no haya pasado por eso. Incluso, se permite el lujo de aventurar al novato lo que va a pasar por su mente: “Cuando cruces la línea de meta, se te pasará todo lo malo, lo olvidarás y vas a volver a querer correr de nuevo. Me juego lo que quieras", dices con la seguridad de que vas a ganar la apuesta. Es verdad. También está la facción de quienes, una vez cruzada la meta, aseguran que “nunca más" y hasta hoy. Hay que respetarlos igualmente. Yo no conozco a ninguno. Conozco a los que un metro antes de la línea de meta dicen que no vuelven a correr y un metro después preguntan por la siguiente carrera. En definitiva, los once cabrones de siempre.