A veces hay momentos tranquilos en esto del trail, viajes al margen de las carreras, al margen de los entrenamientos, que merece la pena contar. Me refiero a los viajes que son un simple rato de charla, a lo mejor alrededor de una cena o de un café.
Me gustan mucho esos momentos. Me gusta mucho que se junten personas que difícilmente habrían confluido si no les hubiera dado por correr, y que por avatares del destino, inexplicablemente, comparten lugar y tiempo. Y se ponen a hablar.
Ir a Desafío Urbión fue un viaje hacia la improbable casualidad de confluir en el espacio y en el tiempo
El trail no es como mis otros entornos. Cuando estoy con personas que pertenecen a mi profesión, a mi especialidad, coincidimos en temas. Hemos tenido trayectorias vitales parecidas: a veces hemos hecho los mismos estudios; hemos ido a la misma universidad, hemos compartido profesores, aunque haya sido en épocas distintas. Te encuentras, por tanto, en un contexto de lo más lógico: profesores, con profesores; comerciantes, con comerciantes; taxistas con taxistas... Y es gratificante. Porque a menudo ocurre que te sientes comprendido en tus experiencias, en tus valores. O no. A lo mejor es justo al contrario, pero suele haber un contexto común. Vivencias comunes. Intereses comunes. Aunque estos se interpreten de distintas formas.
A mí me gusta estar en escenarios que me saquen totalmente de mi horizonte de expectativas. Busco mucho eso de estar “fuera de mi lugar". Busco mucho eso de encontrar personas absolutamente ajenas a mi mundo. Y diré por qué: solemos pensar que lo que ven nuestros ojos es la totalidad de la existencia. Y nos volvemos gilipollas. Pienso que cuanto más reduces tu campo de visión, cuanto más crees que la realidad está en tu metro cuadrado, más ciego andas.
Por eso me gusta viajar. Y hablar con desconocidos. Y ser voluntaria en lugares donde encuentro personas de otros ámbitos, ámbitos que yo pensé algún tiempo que eran muy lejanos… y que he aprendido que no son tan diferentes al mío… Por eso creo que es imprescindible bucear en los demás. Y abrir los ojos.
Por eso también me gusta el trail. Como digo, me trae a personas que seguramente de ningún otro modo habrían llegado a mi vida. Y eso es aire fresco. Un lujo que no quiero desaprovechar.
En Covaleda, con la excusa de Desafío Urbión, tuve la oportunidad de visitar personas que me han hecho pensar mucho. Por su bondad, por su inteligencia, por su visión de la vida.
Pasé un ratito con Javier, que es banquero (creo que más bien bancario), y que presentó el acto donde yo hablé de mi libro. Javier es un amor. Entregado, atento y sincero. Javier es alto, y tuerce la cabeza para escuchar, y entrecierra los ojos al explicarse.
Tuve un rato con Sara y con David, que nos alojaron en su hermosa casa rural “La casa de la tía fresquera", que te abrazan y te “apapachan" (o sea: mecen tu corazón con su ternura), que te dejan avena orgánica para que desayunes, que ríen a carcajadas y que se deshacen para ayudarte. Son, además, voluntarios en la carrera. Ambos me hicieron un “trasvase de energía" cuando los encontré en carrera.
Tuve un rato con Vidal, con Paquito y con Andrés. Cada uno con sus cosas. Vidal tan atento y preocupado, como un padre que cuida de sus polluelos; y Paquito, cansado y con su sonrisa eterna; y Andrés, con sus chascarrillos desternillantes, con su pachorra aparente, y su atención experta… Tuve un rato con Toñín, con su escucha atenta y silenciosa, con sus ojos absorbentes, que te miran y te ven. Y te consideran.
Y con María Jesús, que me regaló su presencia en carrera y que me pidió que llevara a su hijo Lucas por “el hayedo". No lo hice. Porque Lucas me llevó a mí. Porque pensé en él, pues no podía correr aunque quería hacerlo, y su ausencia hacía que mi presencia allí fuera aún más, si cabía, un regalo: algo más que me ayudaba a desatender el dolor, el esfuerzo y la dificultad. Con ella me han quedado pendientes conversaciones, y solo por eso volveré a Covaleda, para experimentar la impagable belleza que intuyo en su alma.
Y el ratito con Depa, con el que ya había compartido alguna ocasión fugaz, fue para mí una oportunidad. Compartimos una cena. Por supuesto, me guardo para mí el contenido de lo que se habló. Pero contaré, con su permiso, que Depa se me reveló como lo que ya imaginaba. Con su mirada llena de comprensión acerada del mundo, con su agudeza, que le sitúa con precisión porque tiene cosas que decir. Escucharle comporta reconocerse, aprender, y entender que el hombre tras el micro es de una profundidad desbordante y vertiginosa, de una inteligencia sosegada y madura. El hábitat de su mente no es de este mundo, pero no desaprovecha la realidad que le ha tocado…
El hombre tras el micro, ese hombre de sombrero de cow-boy… ese señor que gusta de estampados raros en su pantalón, de voz grave, y de acento de Valladolizzz, muestra su camino hacia el corazón del ser humano con sus paisajes inaccesibles y cautivadores.
Como digo, aquella ocasión en Covaleda, además de disfrutar de una de las carreras más bellas que conozco, el viaje fue distinto. Fue un viaje hacia la improbable casualidad de confluir en el espacio y en el tiempo. Hacia la mera charla de personas que se reconocen en lo esencial, que comparten, que discrepan, que pertenecen a menudo a mundos que viven a espaldas los unos de los otros, pero que allí están. Juntas. Tan contentas de estos encuentros efímeros que ocurren por la simple cosa de que nos ha dado por correr…