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De qué va eso de organizar una carrera, por Irene de Haro

"Son seres humanos que, sin obtener jornal, se vuelcan para que el espectáculo continúe"

Irene de Haro

De qué va eso de organizar una carrera, por Irene de Haro
De qué va eso de organizar una carrera, por Irene de Haro

Organizar una carrera es un berenjenal. ¿Lo saben? Y a veces se organizan mal. Pero, seamos justos: en la mayor parte de las ocasiones el trabajo es bastante más que decente, teniendo en cuenta los medios que se poseen.

No me voy a centrar en hablar sobre los trabajos mal hechos. Ellos ya tienen su espacio en el boca a boca, particularmente en el de las redes. Lo cual no diré yo que sea justo. La vivencia de un detalle único nos hace creer que tenemos derecho a denostar toda una labor en su globalidad. Se produce esa ley tan humana que es contar “la feria según le va a uno". Así, alguien que llega a un avituallamiento y justo en ese instante se encuentra con que se ha acabado el isotónico, es capaz de decir que la carrera fue una porquería mal organizada, a pesar de que lo repusieran los voluntarios inmediatamente (que hacen lo que pueden, pero se les exige todo y más). Ojo. Que este tipo de personas hagan como consideren. Pero en todos los asuntos humanos siempre llama la atención cómo los árboles nos impiden ver el bosque. Y, reitero, hay carreras con un margen de mejora infinito, que se hacen fulleramente, en el que el cuidado al corredor brilla tanto por su ausencia que roza el insulto. Pero muy a menudo ocurre también que un detalle muy concreto es motivo para el escarnio público y la crucifixión. Y así a se le quitan las ganas de seguir a cualquiera. La siguiente, que la organice Rita.

Con todo lo dicho, hay muy buenas carreras por ahí. De hecho, a mí me conmueve que las haya cuando tan a menudo se hacen a cambio de nada. Porque hay organizadores que desde que paren la idea la cuidan como lo harían con sus criaturas. Todo comienza por un breve germen que deriva en maquinación: “¿Y si…?", se dicen. Y quedan con sus colegas. Los hacen parte, y se involucran como una familia nueva que tiene mucho que hacer: uno para el recorrido, otro para los voluntarios, otro para ver cómo va eso del cronometraje. Ayuntamientos, permisos, seguros, registros, dorsales, bolsa del corredor, arco de meta… imperdibles. ¿Habían notado ustedes que todo eso está ahí cuando van a correr? Segura estoy de que al menos sí que han constatado su ausencia en caso de que algo haya fallado.

De qué va eso de organizar una carrera, por Irene de Haro

Detrás de esas carreras están personas como Raúl Leorza, (Kampezo Ioar Trail, en Campezo, Álava); Miguel Ángel Gámiz (Mágina Top Trail, en Cambil, Jaén); Francisco Martínez Sevilla (Trail Quebrantamúsculos, en Castril, Granada); Antonio Cruz (Cuéllar Mármol Trail, en Macael, Almería) o Rafael Aguilera (Trail La Sonrisa de Rafa, Berrocal, Huelva). Lo que hacen estos señores es pasar un tiempo inestimable de su vida reconociendo el terreno y trazando recorridos, sopesando si gustarán así o asá, si mejor que ese carril pudiera echarse la carrera por esa finca, que es privada, pero que tiene un sendero muy bonito que conecta y que sin duda será más gustoso, más entretenido; limpiar la broza; limpiar la porquería que gente y gente ha ido tirando días y días, sin que nadie se haya preocupado de adecentar los caminos. Reunirse. Con el ayuntamiento pertinente, con los voluntarios que van a pasar el día con el cogote al sol poniendo agua a los corredores, para aliviarles, para atenderles. Negociar con empresas locales para que se involucren. Para que aporten algo a la bolsa del corredor (la maravilla del aceite que se estila aquí en el sur no tiene desperdicio). Y las camisetas. Qué logo hacer. Qué color (¿blanco? ¿fucsia?). Y así un etcétera que el lector ya está considerando un tostón verdadero que me ahorro. Pero miren. El organizador, el equipo de organización no se lo ahorra. Va cumpliendo etapas, objetivos. Ahora esto, ahora lo otro… Hasta que llegue el día de la carrera, cuando entre el último corredor, al que estará esperando en la meta: que no se haya caído, ni perdido, ni herido… que no le haya faltado de nada… Y luego paellas, garbanzadas, migas o lo que sea. Que todo sabe bien después de una panzá de kilómetros. Todo es gloria.

Pues esas innumerables horas de innumerables tareas se hacen con amor y con entrega. Y a veces suponen dolores de cabeza: la familia, como es lógico, reclama atención. El trabajo, como es normal, ha de ser atendido. Y la vida cotidiana: los niños van al conservatorio, hacen los deberes, van a la casa del amigo… Los cónyuges esperan (mi más profundo reconocimiento a sus pacientes figuras, que ellos son felices viendo feliz al otro, a veces desde la incomprensión racional pero desde la concesión emocional). Y las disensiones. Y las rupturas en el grupo porque tú lo ves así él asá… y las reconciliaciones, pactadas, concesivas, suturadas con el hilo del bien común… Y a veces, también las críticas. Porque todo el mundo opina. Y a veces no de frente y para construir, sino a la espalda. Ocurre. (¿Hago mal en decirlo? Sé que no gustan los dedos en las llagas…)

En fin. Que para que yo pueda marcarme ese objetivo, cruce esa línea de meta cumpliendo así mi sueño; para que yo me cuelgue mi dorsal y me ocupe de correr, y de comer, y de dar lo mejor de mí, para eso, a pesar de que ni por un segundo lo pienso en mi periplo de senderos, en mi subir y en mi bajar, en mi esquivar piedras, en mi adelantar y que me adelanten… para eso hay seres humanos que, sin obtener jornal de esto de la organización, se vuelcan para que el espectáculo continúe, y para que tú y yo podamos dedicarles nuestros logros, nuestras humildes y valiosas medallas a nuestras causas más íntimas, y así, de un modo algo peregrino pero eficaz, darle más sentido a nuestras vidas.