El domingo 3 de abril Andreu Blanes corrió el 10K paralelo al Maratón de Zaragoza. Lo hizo por un compromiso con la marca deportiva que le patrocina, HOKA, y aunque en privado había vivido momentos más duros, lo ocurrido en esa fría mañana bañada por el cierzo fue el punto culminante de su partícular travesía por el desierto. Hizo un discreto tiempo de 33:44, pasando el primer 5K en 15:48 y explotando en el kilómetro seis. Casi cinco minutos más que su PB de 28:50. Estaba en la mierda y no sabía por qué.
Hoy, cuatro meses y medio después, ha sido segundo en la prestigiosa Sierre-Zinal, la carrera suiza en la que se cubren 31 kilómetros con 2.200 metros de desnivel positivo. Lo ha hecho siendo superado por el keniano Mark Kangogo y derrotando a instituciones del trail mundial como Kilian Jornet, Patrick Kipngeno, Rémi Bonnet o Petro Mamu.
Carreron de @AndreuBlanes , 🥈 en @SierreZinal en su debut en una carrera de trail internacional! pic.twitter.com/UrgKi82NjV
— Biel Ràfols (@biel_rafols) August 13, 2022
Antes y después de aquella carrera en Zaragoza Andreu apenas encontraba respuestas a sus malas sensaciones entrenando. No había nada concreto, simplemente algo no iba bien. Pulso alto, dolor de piernas constante, malestar general. Después de ser cuarto en el Campeonato de España de Campo a Través decidió ponerse la tercera dosis de la vacuna contra la COVID-19 y comenzó su particular calvario.
Descartó su principal objetivo estival, que era intentar ser competitivo en los 3.000 metros obstáculos y poder pelear por estar en una de las dos citas internacionales al aire libre. Pero desde el principio tenía una segunda opción y a finales de mayo decidió poner un rumbo fijo de cara a los próximos meses. Iba a preparar Sierre-Zinal.
Y de la misma forma que llegó, el malestar se fue marchando a base de sesiones de entrenamiento en las que intercalaba el ciclismo con la carrera a pie. Andreu y los que han estado más cerca pudieron empezar a respirar aliviados tras varios meses de continuas dudas y pensamientos negativos. Su motor no estaba roto y solo hacía falta poner el chásis a punto. Primero en su Onil, después en Font Romeu.
La emoción de su entrada en la línea de meta de Zinal es el broche perfecto a una historia de persistencia y empeño. De cabezonería llevada al máximo exponente. De saber que todo ha merecido la pena pese a las constantes dudas de si su cuerpo iba a volver a ser el de antes. De sentirse de nuevo realizado. De sentirse de nuevo a sí mismo.