En la última entrada os hablaba del mar. Hoy me apetece hablaros de las montañas. Éstas tienen una atracción natural sobre mi. Supongo que el hecho de haberme criado en ellas y que mi entorno se preocupó de que las respetara y las amara es un motivo de peso suficiente.
Sencillamente las necesito. Adoro sentir su olor, de pinos y abetos, de hierba alpina, de bosques densos, de piedras y de rocas. Apreciar sus colores del amanecer y del ocaso o del sol del mediodía en contraste con un cielo azul.
Entre montañas no existe el infinito y esta sensación siempre me ha arropado. Me gusta que mi vista choque con las paredes naturales y tener que alzarla para alcanzar el cielo.
La nieve en invierno, los tonos anaranjados en otoño, el verde intenso y los colores florales en primavera y las laderas castigadas por el sol en verano.
Esta mañana he salido a entrenar montaña arriba. No tenía series, ni intervalos, ni cuestas. Llevaba el pulsómetro únicamente para monitorizar el entrenamiento para que lo pudiera ver mi entrenador. Yo, sinceramente, hoy, ¡no le he hecho ni caso!
He empezado algo pesada de piernas porque llevo bastante carga preparando este mes de agosto de infarto que me espera, pero pronto se me han pasado los males. He salido del bosque y he cogido altura y, con ella, vistas. He respirado profundamente mientras me incorporaba de mi posición de manos sobre las rodillas y me he dejado llevar por la paz del momento.
No ha durado demasiado… soy un poco ansias y aunque no tenga que apretar, no me gusta distraerme demasiado. Y podréis pensar: ¿qué forma es esta de gozar de la montaña?
La ilusión y la felicidad van muy ligadas a disfrutar y todas estas actitudes tienen la virtud de ser propiedad de cada cual. No permitamos que nos lo arrebaten.
¿Existe una única fórmula para disfrutar de alguna cosa?
Siempre he pensado que lo bueno de gozar es que es una acción, un sentimiento, una actitud muy personal, muy íntima y moldeable.
Para poner un ejemplo, en la noche de Fin de Año, parece que estemos obligados a estar felices, a pasarlo bien, a tirar la casa por la ventana… Sinceramente, siempre me ha costado encontrarle tanta intensidad a esta noche. En cambio, hay días que surgen y salen redondos. Días inesperados en que todo aquello que necesitamos para disfrutar se une.
Buen Anna, te estás yendo por las ramas, ¿a dónde quieres llegar? Pues que hoy mientras subía cuesta arriba, rodeada de “mis" montañas era feliz. Un hecho tan cotidiano para mi como entrenar o estar en la montaña me ilusionaba. ¡Para otros será una sublime estupidez!
La ilusión y la felicidad van muy ligadas a disfrutar y todas estas actitudes tienen la virtud de ser propiedad de cada cual. No permitamos que nos lo arrebaten.
