Quienes me conocen bien o han seguido mi trayectoria deportiva en los últimos años saben que tengo una especial predilección por las carreras por etapas. ¡Pocas afirmaciones son más ciertas!
Siempre he pensado que cuando intento explicar qué significa una carrera por etapas me quedo corta. Es una experiencia que merece ser vivida para poderla apreciar ciertamente. Por más que me esfuerce en transmitir una serie de aspectos que, para mi son la clave, me queda el regusto de no haber llegado hasta el fondo de la cuestión.
En una de las primeras entradas de “Cometas en el Desierto" os explicaba cómo gestionar o entrenar este tipo de carreras. Hoy no quiero hablaros de rendimiento, ni de aspectos técnicos, sino de emociones porque son lo que marca la diferencia con el resto de las carreras.
Se empieza por la incertidumbre, el respeto e, incluso, un poco de miedo a lo desconocido, a no saber qué te vas a encontrar, cómo lo vas a gestionar, cómo vas a reaccionar…
En un acontecimiento de, como mínimo tres etapas, pasas por muchísimos estadios emocionales que vale la pena saber disfrutar, cada uno en su momento y en su medida.
Se empieza por la incertidumbre, el respeto e, incluso, un poco de miedo a lo desconocido, a no saber qué te vas a encontrar, cómo lo vas a gestionar, cómo vas a reaccionar…
Le sigue el ansia. Ansia para empezar, generalmente, son carreras que piden viajes largos, que llevas días descansando para llegar muy fresco y tienes ansia de ponerte a correr, de oír el pistoletazo de salida y de que los fantasmas de la incertidumbre se vayan desvaneciendo.
Acabas la primera etapa con una enorme dosis de optimismo. Alcanzas el primer campamento, te vas familiarizando con el entorno, con la forma de funcionar y empiezas a tejer las primeras relaciones humanas con compañeros de fatigas.
Llegan momentos de dureza y de alta exigencia a medida que se van sumando kilómetros, desniveles y etapas. El cansancio extremo no es un gran aliado para dormir bien y también se acumula la falta de horas de sueño.
Siempre existe un día precario, donde todo falla, todo se hace cuesta arriba. Por problemas estomacales, por problemas con el material, por mala meteorología, porque te has perdido… Son días complicados, en los que tienes ganas de abandonar, de llorar, de gritar. Solo eres capaz de imaginarte en el sofá de casa o en el hotel descansando. Quieres que aquello termine y, sin embargo, es la jornada que transcurre con menor agilidad y, apostaría todo el dinero del mundo que también será la etapa que más recordarás.
Dentro de las propias etapas también pasas por todos los estadios. Sobretodo en las etapas avanzadas, cuando por la mañana sales cansado, con dolor en todo el cuerpo y crees que no podrás ni dar dos pasos. Pero el cuerpo se calienta y, cuando creías que ibas a palmar, reacciona y te embriagas de felicidad, te llena un sentimiento de bienestar porque sabes que te estás superando a ti mismo y a tu cabecita. Que te estás sobreponiendo a algo, previamente, inesperado. Pero la propia etapa, en algún punto, te vuelve a hundir, para resurgir de nuevo en algún instante antes de cruzar la meta.
Y… ¿qué decir de la última meta? Cuando se termina todo. Cuando ves pasar por delante la película de todos los días. Si la carrera ha sido bastante larga, incluso no eres capaz de ordenarla cronológicamente, pero te da igual. Es satisfacción absoluta, una felicidad que nunca antes has sentido. Es cerrar un compromiso contigo mismo. Caen unas lágrimas mejilla abajo, esta vez de alegría, de todo el esfuerzo, de tantas horas.
Y cuando este suflé se baja, entra un pequeño sentimiento de vacío. Ya no hay que montar otro campamento, ya no hay que cuidar la alimentación para competir mañana, ya no hay que rehidratarse a tope, ya no hay que acostarse pronto (aunque lo acabarás haciendo porque estás destrozado). Se trata de un vacío extraño. Has alcanzado aquello con lo que llevabas horas y días soñando. Aquellos que pensabas que nunca alcanzarías y ya lo tienes, ya forma parte de ti y, sumado a un cansancio extremo, a veces cuesta de gestionar.
Pero te das una buena ducha, comes bien y te metes en la cama… y a la mañana siguiente, sin que lo puedas evitar, bajas a desayunar con una sonrisa dibujada en la cara y que no puedes borrar.
Queda una semana para marchar hacia la Desert Run. Queda una entrada en el blog y para ella reservo la convivencia, el contacto con las personas que te acompañan en estos viajes, porque es lo que realmente lo hace todo especial.
¡Nos leemos la semana que viene ya con las maletas en la puerta!