Solo faltarían las brujas para convertirse en la famosa novela de Marvin Harris sobre las costumbres culturales en ciertas latitudes. Sin duda un libro que habla de la forma con la que los humanos afrontan sus realidades a expensas de los ojos críticos de los que no entienden o no quieren entender las diferentes culturas. Hay tradiciones que tienen siglos de antigüedad y parece ser que algunos piensan que tienen esa autoridad moral para juzgarlas desde la más absoluta y autoritaria ignorancia.
Ante la “capacidad” de legislar, la “virtud” de prohibir, por eso me llama poderosamente la atención la “perspicacia y sagacidad” con la que algunos se apoderan de la justicia o la ética deportiva enarbolando la bandera de la única verdad inamovible que sólo ven desde su balcón y que encuentra el amparo en su propio ego.
Estos días por el norte nos vimos envueltos en una nueva polémica en torno a las carreras por montaña en el Parque Nacional de Los Picos de Europa, un bello entorno donde se celebran casi una decena de pruebas, pero una de ellas sobresale por encima del resto; nuestra Travesera. Como no podía ser de otra manera, un año más han intentado herirla de muerte a pesar de esa tenacidad con la que evita las guerras año tras año con la dirección del Parque.
No entiendo muy bien el porqué de todo esto y esa sin razón por parte de los gestores de querer cargarse las carreras de montaña, al menos por su parte no nos la han trasladado y aquí es donde quiero incidir, quizá piensan que somos cerdos que comemos de todo y que con las sobras nos apañamos, pero quizá sería todo más fácil aplicando ese sentido común que está tan de moda. Lanzan 4 contramedidas como los submarinos de guerra a ver qué pasa y después se hace un análisis de los daños. Me parece absurdo.
Hace unos días los organizadores de carreras del espacio protegido, alcaldes y algunos colectivos implicados pudimos tener un encuentro en Cangas de Onís donde deberíamos haber plasmado un acuerdo de mínimos desde el sentido común para responder a esas normas, a nuestro entender injustas, donde se quiere cercenar las pruebas deportivas. Perdimos una gran ocasión. La única manera de parar esta guerra es con el diálogo y de nada sirven las posturas de fuerza. Nos equivocamos si pensamos que negándonos a todo llegaremos a algún sitio, eso nunca funciona y menos ante un monstruo de estas características donde estoy seguro que el menor de los problemas son unos tipos corriendo. Podremos estar de acuerdo o no pero no olvidemos nuestra cuota de responsabilidad en todo esto.
Entiendo perfectamente que estamos en un espacio único y que todos deberíamos mirarnos la barriga y entender de una vez que pensando que cada uno tenemos la mejor vaca no llegaremos a ningún sitio. No se puede obviar el impacto socio-económico para algunas zonas que conlleva una carrera por montaña ni tampoco la difusión turística de esas pequeñas aldeas. De ahí el enfado por arrojar este deporte a las fauces de los cerdos. No correr de noche, no más de 300 corredores, no más de dos carreras en el día, no correr por el Cares, no correr en ciertas fechas, no correr por encima de 1.900 metros… Podrán tener una explicación, no digo que no, pero que la expliquen, seguro que no cuesta tanto. Todo apunta a medidas conservacionistas que tendrán su lógica pero si es así el agravio comparativo con otras actividades que se desarrollan dentro es flagrante aunque sean actividades tradicionales. Estoy convencido de que en una mesa donde estemos todos los colectivos afectados se podrán resolver esas “pequeñas diferencias” y que habrá un lugar donde puedan pastar todas las vacas juntas.