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Maldita neurona

¿Merece la pena perder tanto en un cubito de hielo?

Redacción Trail Run. Foto: Igor Quijano.

Maldita neurona
Maldita neurona

Hay estudios -me encanta esta coletilla- que afirman que a partir de los 20 años se destruyen unas 50.000 neuronas al día. Recientemente se descubrió que algunas de ellas se regeneran en nuestro cerebro, así que no lo demos todo por perdido. Cuando algunos de nosotros lleguemos a los 75 años habremos perdido el 10% de ellas. Eso en el mejor de los casos, claro.

Creo que muchos de nosotros hacemos esfuerzos superlativos por quedarnos sin ellas a pasos agigantados. Y eso es lo que viví el fin de semana pasado en Zegama. Una lucha autofraternal por destruir nuestras neuronas a velocidad inversamente proporcional a nuestros mejores propósitos.

Vivir Zegama es el mejor ejemplo de biengastar neuronas. Todo es sublime. Es como un gran viaje de un mes en un fin de semana. Es una reunión de amigos, es un orgasmo deportivo, es un regalo para los sentidos porque eso solo ocurre allí. No hay videos, ni charlas, ni cuentacuentos que se aproximen a la realidad. La verdad solo ocurre si la ves de cerca. El afán por alcanzar y comprender la verdad surge al pie de la casa, mismamente en el bar de la esquina o en la acera de enfrente, nace al lado de la ventana que se abre y se cierra cada día, en la consulta del médico de siempre, en los charcos que torpemente pisamos después de la lluvia, en la conversación que en el tren escuchamos sin querer, y ese afán parece estar dentro de nosotros en permanente lucha con la animalidad, con el egoísmo y con la cobardía. Que no te cuenten milongas. Zegama se vive a las faldas del Aizkorri.

Por cuarto año tuve la gran suerte de volver a esta pequeña localidad de Guipuzcoa a gastar neuronas. No fui el único. Todos lo hacemos. Allí te encuentras con grandes amigos que solo ves ese día pero es como si los conocieras de toda la vida. También están esos otros corsarios de pata de palo y parche en el ojo que deambulan por la proa de su barco de papel y que navegan por su propio mar de flecos de vestido rancio y te miran con una soberbia que tarde o temprano encontrará la más amarga zozobra. Aquí tragan pollas por estar gastando neuronas que en otras carreras no hacen. Es lo que tiene ser caballero sin caballo.

Las noches tienen un capítulo aparte, en ellas llega la revolución, que es como una guerra al revés, la operación quirúrgica del tumor que jamás se extirpa, porque es un tumor que se reproduce más deprisa que el pensamiento del cirujano. Estas son superlativas. Aquí aparecemos los bailarines, bailarines de ballet que habíamos sido famosos y que un día, bailando, perdimos la vista y el ritmo. Aquí es donde se concentró la mayor destrucción neuronal, pero lo que pasa en las noches de Zegama se queda en Zegama.

Y por último voy a comentar la más dolorosa, la pérdida de neuronas de muchos corredores. Me daba pena ver las caras de muchos de ellos el día de la carrera. La mañana del domingo quizá les sirva a muchos para darse cuenta de que la naturaleza y la montaña juegan su papel. El infierno se escondió en las cumbres y vapuleó con virulencia a muchos que jugaron al Homo Soviéticus. Eolo escupió su verdad y congeló las miles de neuronas de decenas de atletas que infravaloraron su tenacidad.

Hace unos días reclamaba la responsabilidad de los organizadores a la hora de trazar recorridos y con estas líneas llamo a la reflexión personal y aunque a muchos nos gusta correr por paraísos de hielo a otros les vino grande. Decenas de corredores con hipotermia y múltiples abandonos por gastar más neuronas de la cuenta. No se puede jugar con nuestros límites. Me pregunto cuántas horas de sacrificio se congelaron ese día y si merece la pena malgastar tantas energías por apenas 400 gramos de peso que es lo que puede dar en báscula una buena prenda con membrana.

No me quito de la cabeza las imágenes grabadas con una estalagmita en mi cabeza de los amigos que deambulaban por esa cresta y que ni recuerdan haberme visto porque sus neuronas estaban bajo cero. Muchos de ellos sucumbieron y no pudieron ni llegar a meta.

¿De verdad merece la pena perder tanto en un cubito de hielo?