Casi desde el inicio de las carreras por montaña, pero sobre todo en los últimos tiempos, me doy cuenta de que están aflorando carreras de todo tipo: más largas, más todoterreno, más correderas o más alpinas, en cualquier caso es que parece que ya se tiende más a la extravagancia o a ver quién tiene la polla más gorda.
Hubo un tiempo en el que se trabajaba por una organización humanitaria y racional del deporte. Pero ese tiempo pasó y ahora, en algunos estados de organizaciones modernas, impera de nuevo el feudalismo friki. Y el feudalismo levanta fraudulentas murallas para vender protección y seguridad, a cambio de favorecer todo lo contrario en contra del corredor.
Ya no nos conformamos con hacer pruebas que contengan ese epitafio emocional de “la más” como si fuese el único reclamo que hoy en día merece la pena tener en cuenta para acudir a una carrera; “la más larga, la más dura, la más grande”, como si de la mismísima polla de Rocco Siffredi se tratara nos lanzamos a afrontar carreras de este tipo y, ¡ojo! que a mí me ponen de verdad.
Tengo muy claro que siempre tendrán más aliciente para mí carreras como Travesera o Valle de Tena, por ejemplo que otras donde eches los riñones corriendo sin parar, pero a donde quiero llegar con toda esta alocución es a la SEGURIDAD de estas carreras. Ya me he encontrado el año pasado y este en curso con algunas donde brilla por su ausencia.
La claudicación de los “responsables” organizadores a la tiranía de ”la más”, el silencio vergonzoso de medios especializados en algunos casos y el envilecimiento (en cuanto pérdida de la propia seguridad), el servilismo (en cuanto a sometimiento a la autoridad de los modelos de consumo) y el atontamiento o ceguedad de gran parte de nosotros, está reforzando ese feudalismo deportivo, a la vez que amenazando la seguridad.
Debería haber un modelo de control de las carreras para al menos invertir una dosis importante de tiempo en atar los cabos sueltos. No me parece justo que haya grandes carreras que a pesar de tener una dificultad técnica o complejidad importante tengan un plan de seguridad coherente con la prueba y después haya otros que se la suda directamente y nos dejen al amparo de la suerte.
Carreras de ultradistancia sin planes de seguridad, cruzando carreteras sin protección civil ni guardia civil, avituallamientos donde no se puede beber lo suficiente, bases de vida donde la muerte está al acecho y en definitiva, todo tipo de absurdas propuestas que están llamando a la puerta de lo que será inevitable. “Todo trascurre según lo previsto, nos dicen una y otra vez. Hay total normalidad y estamos haciendo lo correcto, nos escriben en las paredes de la conciencia. No hay nada que temer”.
Quizá tenga que ocurrir algo más penoso para que llegue esta regulación, o lo que es peor, la claudicación definitiva al dedo ejecutor de todos aquellos amigos de la justicia y el orden que se piensan que la mejor manera de legislar es prohibir, entonces sí es verdad que nos daremos por jodidos definitivamente, ya que lo que algunos asumimos como correcto se convertirá en injusto y después saldremos todos esos superhéores de 140 caracteres con nuestra capa a blasfemar y proclamar alegres dosis de “racionalidad invertida”.
Lo que más sorpresa me causa es que al final esto es lo que nos pone y es verdad que cualquier carrera que tenga un “la más” delante ya tiene casi el éxito asegurado, y me incluyo en ese elenco de corredores, pero lo único que pido es que seamos sensatos, que una carrera no va a dejar de ser “la más” si la dotamos de unos mínimos de seguridad. Podemos tener la carrera “más dura” del mundo instalando algún tramo de cuerda donde veas que alguien puede perder la vida en él y estoy seguro que añadirás un “la más” mucho más importante y un aliciente mucho más valioso para repetirla y disfrutarla.
Estamos, pues, en un momento propicio de la historia para una nueva rebelión. Como decía Stéphane Hessel, falta la levadura que levante la masa.