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Unos días en el paraíso

Microrrelato de una visita inolvidable

Nerea Martínez

Unos días en el paraíso
Unos días en el paraíso

Siempre me ha gustado la competición, esos nervios previos ante la incertidumbre de cómo responderá el cuerpo, la mente, ponerme el dorsal, exprimirme, buscar mis límites, saborear el triunfo, asimilar la derrota... En definitiva, vivir como yo quiero y seguir creciendo con cada experiencia. Pero con el transcurrir de los años, lo que más me va marcando no es la competición en sí, sino todo lo que implica desplazarse a una prueba, amigos con los que compartes viaje, turismo, vivencias fuera y dentro de carrera, reencuentros, descubrimiento… Sin todo esto el simple hecho de competir ya no tendría sentido para mí.

Así, con la excusa de una nueva edición de Alto Sil, he vivido un fin de semana  intenso e inolvidable. No es que tuviera muchas ganas de correr sabiendo lo que sufro en este tipo de pruebas tan “cortas” donde no termino de encontrar ritmo en ningún momento y mi cabeza batalla desde las primeras zancadas por no tirar la toalla y seguir en carrera. Pero ante la posibilidad de pasar unos días con Tito, los perros, Sergio, Susana y Jorge no me lo pensé dos veces. Relegaría la competición a un segundo plano.

No es la primera vez que vengo a esta carrera de renombre ya internacional. Increíble la evolución que ha experimentado a todos los niveles. Sorprende cómo un pueblo tan pequeño como Santa Cruz del Sil puede albergar una prueba de este calibre. La comarca del Bierzo por donde transcurre la carrera no deja indiferente a nadie por su naturaleza salvaje, con el pueblo minero abandonado de Primout como punto de paso emblemático. Todos los habitantes de la zona se entregan en cuerpo y alma para que este evento sea una atracción para cualquier corredor que se precie.

A diferencia de otras ediciones en las que he participado, esta vez he podido descubrir la sorprendente belleza que encierra esta región del Bierzo, más allá de los lugares que atravesamos a la carrera.

Sergio “Patillas” y Susana nos han preparado una sorpresa, que no apreciaremos en todo su esplendor hasta el día siguiente. Está anocheciendo cuando abandonamos la carretera nacional una vez pasado Ponferrada para tomar una vía secundaria  que nos va adentrando en lo más profundo del término municipal de Palacios del Sil, donde se halla nuestro destino final, la localidad de Salientes, en las estribaciones de la cordillera Cantábrica. Paramos a mitad de camino en lo que parece ser un pueblecito. Se trata de Matalavilla, y Sergio y Susana saben muy bien a dónde encaminan sus pasos. Abren la puerta de lo que parece una casa familiar y nos encontramos en el interior de un barecito poco iluminado, con un par de mesas a las que se sientan Adonina y El Rubio, propietarios del negocio con su hija Rori, y algún lugareño al calor de una estufa. Un pequeño mostrador hace las veces de barra de bar. En la trastienda se halla la panadería con su  horno de leña, encendido desde antes de 1900,  donde elaboran  auténtico pan de pueblo y exquisitas empanadas al gusto.

Desde aquí la carretera se estrecha aún más para atravesar Valseco, cuna de uno de los mejores corredores de montaña, Manuel Merillas, y seguir en un suave ascenso serpenteando junto al cauce del río Valseco, hasta morir en Salientes. Aunque la oscuridad nos envuelve, las siluetas de las montañas nos acompañan en todo momento, confiriendo al lugar un aspecto mágico. Nos encontramos ante uno de los valles más remotos de la montaña occidental leonesa. El aislamiento de Salientes por la escarpada orografía hace de este lugar un remanso de paz, no siendo de extreñar que se trate de un santurario natural del oso pardo y urogallo.

En la antigüedad, los romanos descubrieron yacimientos de oro, cuya extracción se prolongó hasta mediados del siglo XX, encontrando en las laderas de esta sierra galerías como la mina del Alubión.

En una de sus empinadas calles se encuentra la casa rural Las Mil Madreñas Rojas, regentada por la encantadora pareja Toni y Mónica. Se trata de una antigua casa de labranza rehabilitada con mucho gusto. Cuenta con dos plantas, con un apartamento para dos personas abajo y tres apartamentos arriba con capacidad para cinco-seis personas. Los apartamentos son de lo más confortables con cocina completamente equipada, estufa de leña en el salón y calefacción central. La casa tiene además amplios espacios comunes acristalados.

En la planta baja hay un pequeño restaurante donde comer productos de su propia huerta y despensa, pudiendo degustar sabrosísimos platos en un entorno familiar y acogedor a más no poder.

Pregunto curiosa por el nombre de la casa y me explican que la madreña ha sido durante siglos el calzado característico de las zonas rurales. Es una pieza de madera, de abedul concretamente en ésta región, vaciada manualmente. Se apoya en suelo sobre tres patas, dos en la parte delantera del pie y una tercera bajo el talón. Protegían del barro, agua, nieve y de los peligros que entrañaba trabajar en el campo con el ganado y aperos de labranza. Un par de madreñas delante de la puerta de una casa indicaba que su dueño estaba dentro.

Después del viaje y en un entorno tan confortable no tardamos en coger sueño rápidamente, perros y humanos, porque las mascotas son bienvenidas en este lugar, pudiendo compartir con nosotros todos los espacios.

Las vistas a la mañana siguiente desde los amplios ventanales de la planta alta no dejan lugar a dudas; nos encontramos en un paraje montañoso de una gran belleza, con la cumbre del Valdiglesia aún nevada. Aunque parece ser que este año queda poca nieve para las fechas en las que nos encontramos. Y no es de extrañar, pues gozaremos estos días de un tiempo primaveral inusual.

Salimos a conocer el pueblo, cuyas casas mantienen la arquitectura tradicional. Junto al puente de Los Molinos, en la confluencia de dos saltos espectaculares de agua, se encuentra la Fábrica de la Luz, un edificio desde donde se logró dar luz a las primeras bombillas de Salientes gracias a la iniciativa de un indiano regresado de tierras argentinas, como muchos otros lugareños obligados a emigrar durante las hambrunas de los siglos XIX y XX. Esta comuna de salentanos en Argentina construyó a su regreso un cementerio civil y una gran escuela que aún se conservan. Perviven  también dos lavaderos tradicionales y los restos de las ermitas de San Roque y San Pelayo.

Desde el mismo pueblo hay infinidad de posibilidades para los amantes de la montaña, con rutas para todos los gustos, pudiendo ascender a las cimas más elevadas de la región, como El Catoute (2117m), Valdiglesia (2136m), Tambarón (2102m), Nevadín (2082m), cruzando fascinantes bosques de acebos, avellanos y tejos.

Como esta vez había que competir, kilómetro vertical La Bobia el sábado y trail Alto Sil el domingo, no hemos podido explotar la zona como nos hubiera gustado, dejando para una futura y espero no lejana visita a este remanso de paz que se me ha antojado a mí como un paraíso terrenal.