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Cabrales 3 Verticales: algo más que solo correr

Intra-crónica de una competición única

Nerea Martínez

Cabrales 3 Verticales: algo más que solo correr
Cabrales 3 Verticales: algo más que solo correr

Este año que Tito está motivado, ha perdido la cabeza inscribiéndose a un sinfín de carreras, entre ellas a los Tres Verticales de Cabrales. -Conmigo no cuentes, le dije. Qué pinto yo en una prueba de esa índole. Finalmente pudo más el deseo de compartir con él otro fin de semana en la montaña, y como para animar mientras otros corren, no sirvo, allí que me veo formando parte de esta locura.

Se trata de un desafío, único en el mundo, donde se corren tres verticales en dos días. Partiendo de Arenas de Cabrales, una de las puertas más importantes de Picos de Europa y su Parque Nacional, Rubén Carbajal, alma mater de esta trilogía vertical, ha sabido aprovechar como nadie el hecho de encontrarse en un concejo con la mayor concentración de verticales de España. Se trata de un homenaje a sus ancestros, en un intento de recuperar los sinuosos y escarpados senderos que tantas veces recorrieran en sus labores pastoriles

Ascenderíamos primero, sábado por la mañana, el kilómetro vertical de Calluenga, una distancia de 2470m con un desnivel positivo de 984m. Partíamos en tandas de cinco personas, cada dos minutos. Un tramo inicial que deja correr a través de un bosque por la calzada romana de Carou que parte junto al hostal Naturaleza, propiedad de la familia de Rubén, cruzaremos el canal y siguiendo por un sendero que empieza ya a ponerse pino, encontramos el primer repecho durísimo desbrozado para la ocasión, donde yo ya me veo obligada a echar manos a tierra. Un sendero ya más abrupto y pedregoso, resbaladizo por la lluvia que no da tregua, va ascendiendo a la cima pasando por la entrada de una cueva donde antiguamente, las pastoras subían a recoger el estiércol del ganado que se guarecía allí. El último tramo, varios escalones provistos de cuerdas para superarlos, dificultan la llegada a meta. El frío y el viento impiden disfrutar del paisaje una vez arriba. Hay que ir para abajo “cagando leches”. Además, el segundo vertical arranca a las cuatro de la tarde y apenas hay tiempo para ducharse, comer y descansar un rato. Surgen las dudas sobre qué y cuanto comer. Tenemos hambre pero debemos controlar si no queremos echarlo todo a las primeras zancadas. Tener que activarse nuevamente para otra dura ascensión en cuestión de nada, se nos antojó lo más duro.

El vertical de Subisomas consta de 1042m positivos en tres kilómetros. Arrancamos nuevamente de cinco en cinco, pero esta vez según el orden de llegada de la primera prueba, del peor al mejor tiempo. Así salgo en mi sitio, con corredores de mi nivel, y no como esta mañana que salí con las mejores quedándome sóla en los primeros compases de carrera, perdiendo la concentración y ritmo. Ahora sí tuve la sensación de entrar en carrera y esforzarme. El inicio coincide con el del vertical de la mañana, pero una vez cruzado el canal y ascendido el sendero hasta el cruce de la riega de Valdelamadera, giramos a la derecha. El camino, siempre ascendente, pronto se adentra en un bosque hasta llevarnos al inicio del canal de Somas, que no dará tregua hasta llegar a la majada del mismo nombre, provista de varias cabañas que servían de cobertizo al pastor y su ganado. Disfruto de esta ascensión. Último esfuerzo alentada por los gritos que se escuchan desde meta, situada en un collado algo más arriba. Termino con sensación de haber puesto mayor empeño que esta mañana.  Tendré la posibilidad en esta ocasión de disfrutar la llegada de los mejores corredores. ¡Un espectáculo total! ¡Admirable ese esfuerzo titánico por arrancar unos segundos al crono! Todos se desploman nada más cruzar la meta, con el corazón en la boca y los pulmones a punto de estallar. Soy consciente de que yo he perdido esa capacidad de sufrir, de alcanzar esos ritmos agónicos.

 

 

Pendientes que superan el 45%

Con el vertical del Aventón el domingo como plato fuerte, cerraremos este desafío. Considerado como el más duro del mundo, con sus 1004 positivos en menos de dos kilómetros, con rampas que superan el 45%, asustan al más pintado cuando miras hacia arriba desde el aparcamiento de Obar, punto de inicio. Se sale en dos tandas, los primeros clasificados hasta mitad de tabla, y a cinco minutos el resto. Esto me da el privilegio de presenciar la salida de los mejores. Enfrentados a una inclinación donde correr se me antoja imposible, arrancan con un ímpetu pasmoso cual caballos desbocados, bastoneando con brío para abrirse paso y alcanzar el estrecho sendero pendió en primer lugar. ¡Espectacular! No podría salir así ni aunque me aguijonearan. La subidita se las trae.  Me veo a cuatro patas en muchos tramos para poder avanzar y no retroceder por la inclinación y el barro que dificultan aún  más el avance. Un pequeño descanso antes de atacar la  pendiente final, permite coger algo de aire. Espoleada por el clamor de la gente en lo más alto, trato de darlo todo en un último esfuerzo. Como regalo, la imponente vista del Pico Urriellu observándonos de frente, impasible ante nuestro denuedo.

¡Y se acabó! Puede pensarse, ¡qué locura!, tres verticales en dos días. Pero no acaba ahí la cosa, porque una vez arriba, hay que bajar, y en estos lares, no queda otra que por tu propio pie. Y si las subidas son temibles, los descensos de infarto. Bien es cierto que ya no estás en carrera, pero imposible relajarse en un terreno como este. No quiero ni pensar dentro de tres semanas en la maratón de Pastores de Portudera.

Ha tenido su gracia esta nueva experiencia para mí. Ha quedado bien patente que no me muevo con soltura en este tipo de pruebas. Pero qué más da eso cuando vives cada momento intensamente y disfrutas una vez más en un entorno privilegiado rodeada de buenos amigos.

Conocer de más cerca al creador de este evento único, que luce con luz propia, y a sus padres, ha sido todo un regalo. Gracias a su hospitalidad hemos gozado de una estancia inolvidable en la cabaña familiar, legado de su abuelo. Construcción ganadera tradicional, aislada en medio del campo a unos diez minutos del pueblo, ha sido reformada y habilitada en una vivienda provista de ciertas “comodidades”. Las horas compartidas al calor de la lumbre en la estancia de abajo que hacía las veces de cocina, salón-comedor, no tienen precio. Y poder tener a los perros con nosotros, disfrutando ellos también, no se paga con nada.

Infinitamente agradecida Rubén Carbajal por abrirnos las puertas de tu casa y hacernos partícipes de  tus ilusiones.