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Marcial, por Irene de Haro

Por ti también corro

Irene de Haro.

Marcial, por Irene de Haro
Marcial, por Irene de Haro

Cuando eches a correr, si quiera los diez primeros metros, acuérdate de mí.

Así se me despide Marcial cuando suena la sirena. Cada miércoles. Así se despide de mí, que me conoce desde antes de que yo corriera, y que si supiera cuántas veces pienso en él al día, cuánto rememoro su voz y su presencia, cuánto me conduelo de su estado, no necesitaría hacerme esa petición.

Marcial es joven. De mirada joven y de sonrisa joven. Pero su cuerpo está castigado. Ya caminaba mal, hace cuatro años (¿o son cinco?), cuando lo conocí. Y tenía las manos como ateridas. Eso no fue nunca impedimento para que se pusiera en pie al verme entrar. Y para que hiciera aspavientos al encontrarme (los mismos que hago yo, porque nos alegramos del encuentro). Y no es impedimento para que me abrace, con fuerza, con verdad, con su corazón enfrentado al mío, alegres ambos, juntos.

Marcial y yo nos vemos hora y media cada semana. Y no estamos solos. Está mi compañera de la asociación. Y están otros presos. Antonio, al que también quiero mucho mucho, y otros: a los que quiero, en los que pienso, de cuya situación me conduelo. También. Pero Marcial, por tiempo, por afinidad. Por filia… Marcial es algo mío.

Pertenezco a la Asociación Entrelibros (www.asociacionentrelibros.es). Soy un miembro humilde que ha aprendido con esta asociación grande a hacer una cosa grande: acompañar a otros que están en una situación vital delicada. Y escucharlos. Atenderlos. Reír. Y estar. A veces tan solo estar con ellos a través de los textos. Lo que hacemos, por decirlo en pocas palabras, es leer en voz alta textos muy diversos, pero todos literarios y de calidad: hemos leído a Shakespeare, a Auster, a Sampedro, a Lorca, a José Hierro, a Borges… Leemos. Y a partir de la lectura, hablamos. Y acompañamos. Como si en un rato muerto de café hubiéramos echado una charla…

Pero Marcial, tan a menudo, antes de empezar la sesión, mientras nos saludamos, me dice: he mirado esta semana los periódicos, para ver si te veía en alguna carrera de esas que tú haces. A mí me hace reír. Me busca, por más que le explico que soy muy mala corredora. Y que si algún día me ve en el periódico, será por algo malo, muy malo (Marcial, que si no me descalabro por ahí, no hay manera de que salga en la foto), pero él se sonríe. Le hace ilusión, dice. Le gusta pensarme en los montes que relatan los diarios cuando reseñan alguna carrera de las que se hacen por aquí. Le gusta mirar la foto e intentar identificarme. Entre píxeles. E imaginarme en las subidas y en las bajadas. En los senderos, trotando (en su mente soy quizá ágil, soy quizá veloz), feliz. Con mi corazón alterado. Y me piensa pensándole. Me piensa de algún modo portándole en parte a través de mis retinas por los verdes de mis montes. Por mis pisadas. Por mi gozosa existencia.

Yo ya se lo he explicado muchas veces. Marcial, que no son los diez primeros metros. Que es la carrera entera. Que te pienso porque te quiero. Y porque quiero que se acabe pronto su condena. Porque quiero que pronto, muy pronto, esté con su bastón por las calles de su pueblo. Con su familia. Y porque quiero que también él respire el aire luminoso de la libertad.

Marcial, mi Marcial, si te dijera que solo pienso en ti cuando corro, te mentiría. Pero en ti también pienso. Por ti también corro. Y conmigo vas. De eso, no tengas la menor duda.