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Maratón de Sierra Nevada, por Irene de Haro

Crónica personal en 'Correr es mucho más que correr'.

Irene de Haro.

Maratón de Sierra Nevada, por Irene de Haro
Maratón de Sierra Nevada, por Irene de Haro

Corría el mes de mayo y Pablo y yo tomábamos un avión para volver a Granada, después del sueño de la Transvulcania. Coincidimos en el aeropuerto con la gran corredora castellonense Sonia Escuriola, que viajaba con su pareja, y con otros dos amigos. Compartimos impresiones, emociones, deseos… y nos informamos de los próximos retos. Sonia iba a hacer la Ultra de Sierra Nevada, y su amiga Soraya, la maratón. Y mi cerebro se quedó pensando, barruntando esa idea.

Yo conocía muy bien estas carreras de la Sierra de Granada. En 2015 fui voluntaria con mi club en un avituallamiento. Y en 2016 hice el seguimiento de mi marido, que participó en la versión ultra. Lo que yo había visto en esas dos circunstancias, lo que yo había experimentado en cabeza ajena esos dos años, me había llegado a hacer decir en voz alta (y clara): nunca en la vida correré yo aquí.

Sierra Nevada es una sierra alta. Es una sierra espartana. Y es bella. Pero su belleza no es exuberante y abigarrada, sino lunar. En esta sierra, en pleno mes de julio, no hay dónde guarecerse. No te arropa. Te deja hacer. Te observa desplazarte por sobre ella, y te ofrece su espectáculo de inmensidad sin importarle lo más mínimo quién seas tú. Ni lo que pretendes.  Ni si estás preparado para atravesarla durante horas y horas a temperaturas infernales. Si puedes, puedes. Y si no, amigo, mala suerte. Esa es Sierra Nevada.

En el año 2015, cuando yo como voluntaria en la Fuente de la Teja, los veía ascender y tomar ruta hasta el Calar, mi cabeza no podía gestionar el porqué de ese esfuerzo. Yo ayudaba. Yo avituallaba. Pero no comprendía. Y cuando al año siguiente, vi tan desde dentro esa misma historia, y esperé a mi Pablo en cada punto, con la boca seca (yo, así que él, no digamos) y  con los ojos inyectados en sangre, y vi la imagen viva de la descomposición en tantos corredores y corredoras como iba observando kilómetro a kilómetro, me decía… “¿Yo? ¿Yo haría esto?” Y no me veía capaz. Ni quería. Lo sentía como otra batalla, para otra gente. Porque lo que sí tenía claro en aquel entonces (y creo que sigo teniéndolo claro), es que en las carreras de Sierra Nevada, mientras estas sigan siendo en el mes de julio, el corredor carece del control de todas sus circunstancias. Acabar tiene, en este caso, un componente algo fortuito. Siempre es así en todas las carreras: que no te caigas, que no te tuerzas, que tu estómago te aguante… pero aquí hay algo más: que el sol, literalmente, no te funda. Que no acabe contigo.

En el mes de mayo, tras esa conversación que refiero al principio, decidí apuntarme a la distancia maratón. Porque me apetecía un reto como ese. Y porque ya llevaba carreras detrás, mucho entrenamiento, mucha preparación. Así, después de haber acabado la MIM de Penyagolosa en el mes de abril, podría haberme decantado por la distancia trail (62 kilómetros), pero, consciente de todo lo que yo había madurado en mi cabeza, con mi mano puesta en el pecho, vi claro que los retos tienen que ser difíciles, pero que hay que enfrentarse a ellos con los deberes hechos. ¿Habría yo recuperado bien de tanta competición? ¿Tendría yo suficiente volumen de kilómetros en mis piernas? ¿He aprendido todo lo necesario de lo que me enseñan mis maestros, y de la montaña misma, para hacer un ultra en esas condiciones? Quizá, pensé, me falta un hervor. Quizá, pensé, mejor hago la maratón, que ya de por sí va a ser dura de cojones, y no me pongo en peligro, y no salgo al albedrío libre de los elementos, y, bajo mi sensata responsabilidad, calibro lo que creo que puedo y lo que creo que, aunque quizá pueda, aún no debo. Ya habrá momento. Cuando sepa más. Cuando sea un poco más grande. Cuando en mí se hayan asentado tantas cosas que un corredor de montaña tiene que saber para no hacerse daño. Porque, oye, yo hoy por hoy no me veo capaz de abordar algunas pruebas con las que sueño. Y soñar alto es bueno. Pero soñar, también tiene sus tiempos y sus plazos.

Conste que a cualquiera, a pesar de un trabajo sistemático, puede pasarle cualquier cosa en carrera. A cualquiera. Y que detrás de una retirada no digo yo que siempre haya falta de preparación. Ni mucho menos. Es algo que antes o después puede suceder. Por mil motivos. Y conste que retirarse es una decisión dolorosa y que si se toma es siempre síntoma de madurez: tú estás en tu cuerpo y ves cómo te encuentras. Sólo tú eres capaz de juzgar tu estado. Eso también te hace grande.

En cuanto a cómo me fue a mí, vaya por delante que mi experiencia en esta maratón ha sido maravillosa. Por todo. Por lo que la ha rodeado, por lo que he vivido en los previos, por su preparación. También porque he corrido en mi tierra, y he sentido mucho el cariño de amigos y conocidos, que me han saludado y animado. El mundo del trail crea comunidad. Y así, mi amiga Bea, que conocí en Penyagolosa y que ya es de mi familia, vino a casa para compartir con nosotros la pasión por este deporte. Y durante la carrera muchos me iban alentando (de veras GRACIAS), y muchos, que son amigos virtuales, se desvirtualizaron y se presentaban (yo te conozco de Facebook, yo de tal otro grupo…) y me encantó hablar con todos, sufrir con todos, y sudar asquerosamente con todos, y conocernos en ese estado miserable que alcanza cualquier corredor, por preparado que esté, cuando suda y ya no tiene sino resuello para dar un paso más, y luego el otro, y, el siguiente… ya veremos. Me emocionó llegar a cada avituallamiento, mimada y cuidada por unos voluntarios que te asistían con cariño y comprensión, esperada por amigos que se habían acercado hasta allí expresamente a darme ánimos (Emilio, qué decirte: siempre que pienso en ti veo la figura de un padre). Y esas duchas que me di para empaparme, a lo Carmen Maura en una peli de Almodóvar, para soportar con la humedad la temperatura brutal que te cocía sin compasión los ojos, la piel (qué salado estaba el sudor de ese día). Y qué felicidad que te fueran aplaudiendo. Tan casada como iba. Tan acalorada. Qué fuerte me sentí yo todo el rato, con mi preparación, con mi estrategia, con mis horas de duro trabajo detrás… y con el ánimo, con el alma reavivada que te insufla el grito de quien te apoya cuando sabe  a qué te estás enfrentando. Cómo no sonreír constantemente, a cada persona que te acompaña y aplaude en la décima de segundo fugaz de tu cruzarte con ella. Cómo no dar las gracias al voluntario espontáneo que nos aguardó en la curva antes de la bajada a Güejar Sierra; a Silvia, de Soy Montaña, que me abrazó con emoción a pesar de que yo me movía entre olores descompuestos. Y cómo no ser feliz, absolutamente feliz, si Pablo, mi Pablo, me estaba esperando en cada punto, con su clásica bolsa de Caldo Aneto, para gritarme, para alentarme, para echarme mi cremita del sol y darme mi palmada y hacerme salir rápido hasta el punto siguiente. (Mientras escribo sonrío. Porque recordar es revivir. No dejo de tener el vello de punta, no dejo de poner cara de tonta. Y por mucho tiempo.)

Del recorrido, duro y desalentador, diré que mi sierra yo me la conocía. Y que te da lo que te promete. A cuentagotas te da respiros. Y que a veces te aniquila. Pero que ella misma te revive, con su brisa, con su belleza marciana. Con esa belleza que hay que comprender, porque no enamora a primera vista, pero te agarra del gaznate y no te suelta cuando entras en su lógica sublime. (La parte del asfalto… bueno, supongo que era un mal necesario. Eso hay que pasarlo y ya está)

Cuando vislumbré la meta, cuando iba subiendo las escaleras que me hacían encararme hasta el arco de llegada, mi corazón quería reventar. Pablo corría a mi lado, y yo, que soy tan pequeña, que no soy nadie, que no me las doy de nada, me sentí tan grande, tan feliz, tan brutalmente en pie, que pensé en todo aquello por lo que yo corría, y lo resumí en lo único que tiene sentido tras tanto trabajo: una sonrisa, que habla por sí misma. Porque estás entero. Porque podías. Porque has podido. Porque has soñado y has cumplido un sueño. Y porque soñar alto implica trabajar duro. Y con sistema. Y con amor. Y con un poco de suerte, no hay secretos. Se llega.

He de decir que ese día mi hermana se examinaba de oposiciones. Y que mi madre subía sus propias cuestas. Hay que decir que ese día yo era la más pequeñita de la familia, porque las grandes mujeres estaban en sus batallas. Son fuertes y son inspiradoras. Porque han trabajado para conseguir sus metas. Y las conseguirán.  Y yo, corría pensando en ellas.