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Gracias, por Irene de Haro

Que un kilómetro hoy no impida otro mañana

Irene de Haro.

Gracias, por Irene de Haro
Gracias, por Irene de Haro

Estaba intentando dejar que pasaran estas fiestas, que para mí tienen más pena que gloria, para ofrecer un nuevo artículo, ya sobre el 8 de enero, haciendo mutis por el foro. Pero resulta que estos días, como muchos seres humanos, estoy en periodo de reflexión. Sobre lo bueno y sobre lo malo del año. Sobre los aciertos y sobre los errores. Los míos, claro. En los de los demás, que manden los demás.

Ha sido un año en muchos sentidos apasionantes. No diría yo “bueno”, porque me parece una etiqueta pobre. Sí apasionante, porque incluso he tenido mis dramas personales hondos (y quién no), y hasta por ellos me siento agradecida: han sido para abonar un renacer.

También ha habido inmensas alegrías: ha sido el año en que me casé, porque, habiendo resuelto hacía mucho tiempo que yo, de casarme, lo haría bien, o no lo haría, encontré en mi vida a un hombre bueno al que admiro y respeto, al que amo sin ambages y con el que me imagino en mi vejez. La Irene de hace un tiempo (no crean que mucho) habría sido cínica con esta que escribe. Pero aquí estoy, viendo y creyendo en cosas que yo juzgaba muy por encima de la realidad. Gracias Pablo. Con todo lo que yo soy, con todo, yo te quiero.

Pablo, lo he dicho alguna vez, me regaló el trail, aunque ahora yo esté en él por derecho propio. Ahora es mi conquista. Y entre los pequeños logros alcanzados, tengo el orgullo de poder decir que ha sido el año de mi Penyagolosa, con sus 63 kilómetros. Del ay, Dios mío, ¿podré?, y el año en que pude. Aunque ahora, el paso del tiempo me ha dado una mirada más cauta sobre lo que significa poder y no poder. Porque a veces, no se puede. Y tampoco pasa nada.  Se espera uno a la siguiente oportunidad, y arreando. Y ha sido también el año de la Maratón del Ultra de Sierra Nevada. Esos han sido pará mí mis logros deportivos de 2018. Acabar. Tras mucho trabajo y dedicación, acabar.

Y otro logro deportivo en sí mismo: recuperarme de mi lesión. La agradezco como enseñanza: una lesión te aporta humildad. Te aporta humanidad. Y te hace comprender mejor a otros, cuando toman sus decisiones. Cuando no apelan a la épica para acabar carreras, porque no nos ganamos la vida con esto, y cuerpo no hay más que uno, qué coño. Mi premisa: que un kilómetro hoy no impida otro mañana.

Ha sido el año de los amigos que te muestran en qué grado están. Ahí, como pasa siempre, la suerte ha sido diversa. Mejor dejar fluir sin aferrarse: las personas van y vienen. Yo me felicito de los que vienen, y de los que estaban hacía ya mucho, mucho tiempo. Pero también me felicito de los que se van. No se habla el mismo código con todo el mundo. Eso, en sí, es bueno. Y es el propio sistema el que se regula. Aceptemos y sigamos. Y gocemos de los que nos abren su corazón, con mucha alegría, cuidemos y construyamos. Al final, la amistad es también una feliz coincidencia que solo el paso del tiempo dirime: lo que es grano de lo que es paja.

Y entre las coincidencias felices de este año, está mi colaboración con los medios. Con la Radio (Territorio Trail), equipo que ya seguía y admiraba y que un día, al hilo de estos artículos, pensó que a lo mejor en la radio podría funcionar una mirada como la mía en el trail. Yo no sé mucho de correr. Yo apenas corro (los que me conocen saben de mis penosas condiciones genéticas para este deporte, de mi infranivel), pero yo sí sé disfrutar de lo que hago. Sí sé masticarlo. Y creo que sé compartirlo. Y ahí estuve, en la Euráfrica, como reportera dicharachera junto a Raúl Leorza (bueno, bajo su ala), y algún que otro miércoles, hablando del Trail y de la Vida con Alfonso García. Un lujo.

También ha sido el año en que Pablo comenzó a construir su canal de YouTube y el año en el que me ha hecho partícipe de este proyecto. Ya hablaremos de ello en otro momento, pero formar parte de esta tarea compleja de contar este deporte desde dentro, con la pasión y la ilusión de quien quiere vivirlo como un proyecto de comunidad, de familiaridad, no tiene precio.

Y ha sido el año, sin duda, de estos artículos que comparto con ustedes, que ahora me leen. Que yo no sabía si iban a funcionar (en realidad nunca sé del todo si funcionan), y que escribo desde la pasión por algo que apenas sé hacer, pero que me atrevo a vivir. Para muchos, que corren tanto, a ritmos tan brutales, quizá yo no debería estar aquí. Pero no me legitiman los resultados de mis piernas: me dan derecho a hablar los resultados de mi corazón. Este año ha sido el año en el que el trail ha dado un cauce a mi voz. Para hablar de trail. Pero, al final, más bien, para hablar de la vida. Ahí sí me siento en mi sitio. Todo sea dicho desde la humildad. Legitimada por la necesidad de dar forma verbal a la inquietud de lo que uno ama. Y yo no valoro el trail como un deporte en sí, sino como una extensión de mi vida, como una vida en sí misma, como un espejo de mi mundo interior, ese en el que río, encuentro a personas maravillosas, gozo, sufro, me siento capaz, me siento incapaz… En el que continuamente me pruebo. En el que continuamente descubro y me descubro. Al que quiero volver y que quiero compartir siempre con los que amo.

A menudo, al menos en mi caso, la palabra es mi puente para compartir cosas que me gustan. Con quien quiera compartirlas conmigo. No por soberbia. No porque yo sepa nada. No porque yo vaya a descubrir a estas alturas la pólvora, ni porque yo sea nadie. Solo, tan solo, porque amo con verdad esto de correr por la montaña. Y amo pisar el suelo con el sol en la cara y hacer cumbre. Y que allí me espere mi Pablo, o el amigo que esa mañana haya tenido a bien ir esperándome. Y que allí me espere también un panorama que yo cincelo en mis pupilas para atesorarlo, para cuando la vida me vaya algo peor y no pueda yo alcanzar esas cimas: hago mis depósitos de goce. Así vivo. Así, en definitiva, vivo todo lo que vivo. Porque creo que es la única forma coherente: vivir como si la vida no fuera infinita y no te diera segundas oportunidades.

Así que, al final, es por eso que escribo estos artículos. Porque siento que mi corazón se hermana con el suyo, usted que me lee, y que se siente quizá remotamente reconocido en este relato.

Así, a pesar de que quería yo esconderme en estas fiestas, que tienen para mí un toque tristón y nostálgico, voy a salir de mi caparazoncito para darle las gracias, a usted, por dedicar este tiempo a leer mi corazón, y permitirme, de algún modo, también ser parte del suyo.

(Gracias Depa; gracias Dani Sanabria; a vosotros, por supuesto.)