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Falsedad y dureza, por Irene de Haro

“…ese, ese lo que es, es un gilipollas…"

Irene de Haro.

Falsedad y dureza, por Irene de Haro
Falsedad y dureza, por Irene de Haro

Yo ya sé de qué tengo que hablar en este blog. Es un blog encuadrado en una revista de trail. Pero lo bueno del trail es que es un teatro universal. En él encontramos ejemplos de todos los vicios y todas las virtudes humanas. Y, sinceramente, creo que de más virtudes que vicios. Pero vicios también los hay.

En el mundo de las carreras llega un punto en que, sin más remedio, conoces a mucha gente. Y esto es así por suerte. Porque además, por suerte, hay grandes amistades que se forjan en torno a este bien común que es correr. Con todo lo que ello supone: su esfuerzo, su dedicación, su tiempo. Pero también, por desgracia, porque en el mundo de las carreras nos vemos todos las caras unos a otros en las salidas, en las llegadas, en las convivencias, y con algunos más que de un hola y un adiós, no hay mucho trato. Pero hete aquí que con ese hola y ese adiós, son muchos los que creen tener ya datos suficientes para tener tema de conversación con los demás sobre los demás.

Ya de por sí, eso de hablar de los otros para criticarlos, por deporte, me es incomprensible. Ya sabéis, ese hablar por hablar, con un epicentro cualquiera…, fulanito mismo. Y hablar de él es hacerlo acerca de cómo mira, de cómo habla, de cómo viste. Para censurar. Esto, como no podía ser de otro modo, existe en nuestro mundillo.

A veces mientras subo sin resuello alguna cuesta, me voy empapando (lo cual me alucina: usar ese aire preciado en criticar en vez de en rendir un poco más) de cosillas varias. El otro día en Jarapalos los miembros de un equipo que mostraban  su procedencia geográfica en sus equipaciones (un pueblo conocido y pequeño, por cierto), pregonaban que fulanito tenía una querida. A voz en cuello nos iban radiando a los demás la jugada. Dónde quedaban, y desde cuándo. Y lo que hacía la mujer, que según ellos era además de cornuda, medio gilipollas. Me conmovió la señora en su casa siendo así mencionada. Siendo así convertida, aunque no quería yo (que a mí plin, yo duermo en ‘Picolyn’) en parte de mi vida. Y la otra, la muy puta, crucificada tras el juicio por estos señores que iban tan en grupo, a echar un ratito sano de deporte y montes… Me apoyé en un árbol, y con la excusa de tomar aire, los dejé pasar. Por asco. Por náusea. Qué mierda sabrán ellos de las vidas de los otros, y de sus decisiones. Cada uno que se las entienda. Cada uno sabrá las mecánicas internas de sus actos. Y en estos amigos, que insultaban a diestro y siniestro, que reían a mandíbula batiente mentando pelos y señales, a mi vez, yo juzgué, yo concluí, yo censuré: menuda mierda de gente que convierte este disfrute tan puro y con tan pocos peros en un escenario donde exhibir deshonestidad y durismo.

El durismo es una palabra inventada. Es el término que usamos mi marido y yo cuando conocemos a alguien que juzga a los demás sin concederles ni medio centímetro de respiradero: ese, ese lo que es, es un gilipollas. Sin paliativos, los duristas, van nominando al mundo, como Dios en sus célebres seis días, pero estos, lo hacen durante la vida entera, y sin descanso dominical. Durismo es juzgar sin saber, así,  como actividad recreativa. Es sacar conclusiones sin preguntar. Es condenar  por el gusto mismo de establecer condenas. Para otros, siempre para otros. Durismo es, además, consentir ese durismo: dar pábulo a la lengua de los demás, que juzgan, fustigan y hieren, y quedarse a escuchar. Durismo es atribuir, dar por sentado, establecer errores… porque ya se sabe, uno, desde su pedestal, siempre ve mejor la jugada, y los demás somos unos vainas... Eso es durismo.

Una de mis últimas experiencias duristas fue en una cena de amigos. Estábamos en mogollón, éramos quizá demasiados para decir que realmente estuviéramos entre amigos. Pero todos con nuestras sonrisas y con nuestro buen talante, estábamos allí juntos, en torno al trail, pues era nuestro leit motiv como grupo. Un amigo (este sí, amigo de verdad) estaba en el fondo de la sala. Sonreía. Compartía ese ratito pre navideño con otros. Se lo pasaba bien. Con inocencia. Ese amigo, al que, además conozco muy bien, le contaba a otro una carrera. Le decía lo guapa que estaba, y le animaba a que se apuntara. Ese amigo, mi amigo, le narraba cuánto le costó acabarla a él. Que se planteó retirarse. Que casi no podía seguir por las malas condiciones. Por el calor en la sierra en julio. Por la deshidratación. Y mientras esta charla amena, animada, sin dobleces, tenía lugar, un tercero le comentaba a un cuarto, desde una lejanía razonable: “este, este es un gilipollas: este en carrera no tira ni pedos”. Y los dos rieron.

En fin. Yo, que sé de sus esfuerzos, de su corazón, de cómo abre la puerta a todos los que le piden algo; yo, que sé de la ausencia de dobleces en sus disertaciones, y que habla de sus logros en un plano descriptivo, y los comparte porque piensa que la amistad es también para compartir las cosas conseguidas, además de las penas…, yo, que, más allá de que quiera mucho a mi amigo conozco la verdad de su relato, y el grado de su entrega en lo que hace…, yo…, yo sentí dolor. Dolor al ver que el juego de ese rato se llamaba humillar. Miré hacia atrás. Dejé mis ojos clavados sobre los de esa persona dura y durista y meneé la cabeza, mientras de su boca se caía su sonrisa del pasa conmigo un rato y despellejamos a un fulano cualquiera…

No creo que fuera personal. Creo que es una condición. Simplemente. Más allá del blanco al que apunte el dardo, lo importante es la costumbre de tirarlo. Y cómo se afina la capacidad para dar en la diana. Y para dañar. Y como creo que todo ser humano tiene una responsabilidad moral, va a valer mi humilde columna de hoy para expresar mi más profunda perplejidad por esta parte de nuestra condición. La de todos: sálvese el que pueda. Condición que persiste a pesar de que la humanidad tiene mucha grandeza. Pero si poco a poco elimináramos estos rasgos miserables, cuánto más crecería la potencia de las cosas buenas que podríamos hacer. Y ahí lo dejo.