Más allá de una moda, de un boom o de como queramos llamar a esta invasión de fotos y videos en las redes sociales de corredores de montaña sobre unos esquíes, existen reales y buenos motivos para practicar este deporte durante los meses de invierno. Conozco pocas disciplinas tan completas y mágicas como el esquí de montaña, donde existe una combinación tan igualada entre técnica -es una disciplina excepcionalmente técnica y no únicamente por las bajadas-, estado de forma -requiere una buena forma física- y conocimiento del entorno -uno no puede adentrarse a la alta montaña sin unos conocimientos previos del medio-.Pero abro los ojos de nuevo porque soy pragmática por definición y, dejando de lado este sentimiento más visceral, me apetece contaros por qué, a parte de por simple placer, sigo calzándome los esquís un fin de semana sí y otro también.
Empecemos por ser francos: la transición de esquiar a correr o de correr a esquiar requiere horas. Os engañaría si dijera que después de esquiar casi todo el invierno, volver a correr fuese fácil. O al contrario, tras correr durante todo el verano, regresar al ritmo sobre los esquíes fuese cómodo. A modo de ejemplo, creo recordar que las mayores agujetas siempre las cogía después de la primera salida corriendo en marzo o abril. Después de terminar la temporada de nieve con carreras por etapas, como la Pierra Menta, o largas de 8-10 horas, como la Patrouille des Glaciers o Mezzalama, salir a correr no más de una hora y media es bastante duro.
¿A dónde quiero ir a parar? ¡Se trataba de animaros a practicar esquí de montaña! Con esto quiero decir que es necesaria una adaptación muscular, de cadencia, de ritmo e intento poner un poco de realismo a las grandes panaceas con las que nunca he creído. Pero aún así, sigo pensado que practicar esquí de montaña, combinado con la carrera a pie o la bicicleta es un complemento de altísimo valor para los que competimos en carreras de montaña.
Beneficios del skimo para el trailrunner
→ Una de las razones más importante es cambiar de disciplina. A nivel psicológico es una inyección de motivación extra el sencillo hecho de variar. Cambiar el material, los lugares de entrenamiento, el entorno e, incluso, puede que los compañeros.
→ Otro aspecto muy positivo es que esquiando disminuye casi por completo el impacto. Deberíamos ser conscientes que corriendo castigamos las articulaciones sin compasión. Empezando por los tobillos, subiendo hacia las rodillas, las caderas y, de rebote, la espalda también sufre el impacto de cada zancada contra el suelo.
→ Claro que el esquí, al tratarse de un deporte de aventura, puede generarnos lesiones pero, normalmente, no serán causadas por el impacto repetitivo. Todo lo contrario, el gesto sobre los esquís es noble, rítmico, debería deslizar más que pegar contra el suelo. Esto hace que sumar horas sea cansado, pero infinitamente menos nocivo a nivel articular que correr. Así que, al igual que la bicicleta, esquiar es un gran aliado para sumar horas, kilómetros y desnivel.
→ Me gusta destacar también el uso de los bastones que lo convierte en un deporte muy completo y equilibrado en cuanto que el trabajo se reparte entre las piernas y el tronco. Los corredores tenemos muy presente la necesidad de velar por el trabajo de fuerza de las piernas y, a menudo, olvidamos que tener un tronco potente será también un gran socio.
A parte del trabajo de fuerza, cabe destacar el aspecto técnico del uso de los bastones: si conseguimos integrar de forma natural el movimiento cuando esquiamos, la transición de su uso en carreras de montaña será natural y conseguiremos aprovecharnos realmente de esta ayuda.
→ Otro de los beneficios es estar entrenando en altura. Vivimos en una latitud que para encontrar nieve, menos durante algunos inviernos excepcionales, como mínimo será de 1.600 metros hacia arriba, hasta los casi 3.000 metros de la gran mayoría de nuestras cimas. Esto significa que estaremos entrenando en altura con las adaptaciones fisiológicas que representa, de forma muy sintetizada, a nivel de glóbulos rojos y de transporte de oxígeno, cuyo resultado se verá claramente cuando nos pongamos a correr en cotas inferiores.
→ Y para terminar, me gustaría centrarme en la bajada. Es fácil pensar únicamente en el esfuerzo y el trabajo durante la subida, en muchos casos porque algunos corredores que deciden ponerse a esquiar no dominan demasiado este deporte y la bajada, al ser una parte muy técnica, se pasa de puntillas. Pero vamos a pensar en dos aspectos muy importantes de los descensos: el primero nos remite de nuevo a la fuerza, las inercias que se generan en cada giro, en las frenadas, en equilibrar constantemente todo el cuerpo para mantenernos encima de los esquís, son bestiales, sobretodo si esquiamos sobre nieve complicada. Y el segundo es más conceptual y es que corriendo nunca podremos bajar a la velocidad que los esquís pueden alcanzar y, aunque el terreno es muy diferente en los dos deportes, el hecho de acostumbrar nuestra mente y sentidos a velocidades altas facilitará nuestra adaptación en las bajadas técnicas y vertiginosas cuando nos calcemos las zapatillas.