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Mantener la motivación, por Irene de Haro

Porque para el corredor, por aficionado que sea, correr le mejora como persona

Irene de Haro

Mantener la motivación, por Irene de Haro
Mantener la motivación, por Irene de Haro

Mantener la motivación para un corredor amateur no es tarea sencilla. Hasta para las actividades que uno ama, el mero hecho de acudir a ellas con frecuencia, de tener que componer la agenda para darles un hueco, llega a generar cierta ansiedad.

Luego están los compromisos que uno adquiere al hilo de ello: carreras, que son retos, y que, por supuesto, quiere uno hacer bien. En mi caso: disfrutarlas y acabarlas con decencia. Y que al llegar a meta, me sienta agotada, exprimida, pero sobre todo, feliz.

Sin embargo ya sabemos qué es la vida. Y sabemos cuánto nos demanda, y cómo nos hace poner en segundo lugar lo importante, frente a lo urgente. Así, la montaña, que es para mí asunto importante, prioritario, diría yo sin duda, lleva un cierto tiempo teniendo que esperar. Porque a veces la vida nos sitúa sin más remedio en lo que hay que solucionar. Y no puede ser de otra forma, porque somos personas con responsabilidades, y somos responsables. Así, a veces no queda otra que dejar aparcado tu anhelo más íntimo, y formular la letanía de bueno, ya saldré en otra ocasión. Y ese día no haces lo que más te gusta en el mundo. Lo que más te drena. Lo que más te sostiene derecho y te ayuda a coexistir con las cosas que te producen dolor.

Y no son solo las responsabilidades. Es el modo en que a veces la vida nos aplasta, y evapora nuestro empuje y energía. Nos deja como el pollo deshuesado de la graciosa serie de dibujos animados Vaca y Pollo. A veces yo me siento así, como el pollo deshuesado. Porque acabo de trabajar muy tarde, porque le pongo a mi trabajo lo mejor de mí. Porque me levanto a las 5: 30. Porque hasta que vuelvo de nuevo a casa, desde que salgo, han pasado más de doce horas. Y luego esa tos que no sé si es alergia. Y el insomnio, mi compañero desde al menos hace 10 años, que me hace estar y no estar en el mundo cuando se ceba demasiado conmigo una noche. Las preocupaciones, las cosas que no van bien y hay que mejorar. Y las que sí van bien y hay que cuidar.

Qué les voy a decir. Esta retahíla no es de autocompasión, sino de comprensión de que ustedes y yo tenemos una vida similar (ubiquen sus realidades en el lugar donde está la lista de las mías), y que usamos la montaña muchas veces porque allí la ordenamos, y la oxigenamos, y la hacemos mejor, más llevadera, más nuestra, más feliz.

Pero, ay amigo, en alguna ocasión la propia montaña tensa la cuerda de nuestras obligaciones. No ella en sí, sino la jarana colateral a la que la asociamos: las series, las tiradas largas, los cambios de ritmo… Algún día al levantarme, cuando son las 6 y me dispongo a lo que toca en mi planificación de entrenamiento, me veo desde fuera: qué coño, no tengo ganas. Y como no puedo más, en vez de esas series a morir que me tocan, ese día me permito un trote suave. Porque ya no tengo más fuerzas para sufrir también en ese frente. Quiero descansar. Estar conmigo. Trotar y pensar. Y serme feliz en ese rato.

Cuando la cosa está así, llega el sábado o el domingo, me pongo mis zapatillas, y voy al monte sin pretensión. Sin pensar ni en distancias, ni en tiempos, ni en desniveles. Voy a mirar los paisajes. A pisar senderos. A sentirme yo. Y si voy sola (que es últimamente lo común), a escucharme y comprenderme. Y si voy con alguien, a compartir los momentos mejores de mi amistad, porque la montaña une y deja ver muy bien a la persona que se tiene delante, que va a ser compañero de viaje unos kilómetros, pero, seguramente, también de vida.

Así han sido mis últimos meses. Ustedes habrán tenido algún ratillo así en su existencia de corredores. Meses de no estar para sí mismos, porque se han dejado para el final del día. Y cuando han llegado a ese momento, ya sin fuelle, se han dicho: mañana. Y así una tras otra se van las jornadas del calendario.

Uno se escamotea darse tiempo para hacer cosas que ama, o las hace de mala gana. Sin embargo, esa ausencia del correr disfrutón que uno pensaba que le hacía descansar, poco a poco, le ha drenado la impagable emoción de sentirse realizado. Porque para el corredor, por aficionado que sea, correr le mejora como persona.

No hay mucho más que decir. Quizá solo una recomendación a la que humildemente me atrevo a hacer con la firme intención de aplicármela a mí misma: que el mejor momento para retomar el autocuidado es hoy. Para tener un poco de tiempo para uno mismo. Para consentirse estar en esta existencia tan limitada y fugaz que tenemos un poco más contentos.