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Curiosidad, por Irene de Haro

Cómo me gusta bucear en el paisaje humano que significa una compañía

Irene de Haro

Cómo me gusta bucear en el paisaje humano que significa una compañía
Cómo me gusta bucear en el paisaje humano que significa una compañía

Cuántas veces no probamos esa experiencia nueva que tenemos al alcance tan solo por pereza. Me auto acuso de ello. Por mucho que intento tener un perfil de cambio (me obligo a experimentar novedades porque estas son buenas bajo la premisa de que, llegado a un punto, si no mejoras, empeoras) a veces me puede la pereza. La famosa y puesta de moda “zona de confort".

Correr por montaña, según observo, también tiene sus propias “zonas de confort". Nos gustan los mismos recorridos, los mismos desniveles, y, lo que me parece a veces menos cuestionado: las mismas compañías. En ello centro hoy mi reflexión.

Los seres humanos somos muy de “cerrar el grupo". Salir con nuestros colegas “X" porque son nuestros amigos. Nos parecemos a ellos cada vez más. No solo compartimos el ritmo al que vamos, sino muy probablemente, nuestras filosofías de vida. ¿Se han dado cuenta de que funcionamos bajo el palio de la similitud? Buscamos al que piensa como nosotros, al que más o menos tiene unos ideales parecidos. Incluso en el nivel de formación, tendemos a buscarnos los unos a los otros siguiendo un patrón. Huimos de la incomodidad que nos genera descubrir lo nuevo. Y mucho más, huimos de la incomodidad que significa descubrir a una persona nueva. Y ahí nos perdemos tantas cosas. Ojo, llegada a cierta edad me parece comprensible. Sobre todo cuando tenemos nuestra vida hecha y no sentimos la necesidad de encontrar en el camino nuevos estímulos. Nuevas personas, nuevas puertas a nuestra manera de plantearnos la existencia. Bueno, quien así piense, por supuesto, en su derecho está. Pero yo rompo una lanza en otro sentido, porque a más edad, más cuenta me doy de lo limitada que soy como persona, de cuánto me queda por aprender, y de hasta qué punto otros pueden ser llaves a puertas que yo simplemente no sospechaba ni que existieran.

No sé qué será para vosotros hacer una salida social. Las de domingo, digo. Se da la circunstancia de que yo apenas nunca he tenido que ir esperando a nadie en un entreno de monte. Soy, sin duda, la peor si salgo con gente muy entrenada (mardita genética). Pero que apenas ocurra, no significa que no haya ocurrido nunca. Cuando voy con una persona que no suele entrenar, honestamente, lo sé desde antes de que quedemos. Y no me importa. Es que sé a lo que voy. Voy a disfrutar del paisaje, y voy a disfrutar de compartir ese paisaje. Y más importante, si cabe, voy a disfrutar de la persona que tengo la oportunidad de descubrir.

Qué pocas veces se dan espacios de intimidad y confesión como los que nos otorga el monte. Y no hablo de metafísica (pudiera ser, no obstante). Me vale con la broma del momento, con el silencio compartido, o con la preocupación contada; me vale con la inquietud, o la meta de vida, o el comentario concreto. Cómo me gusta bucear en el paisaje humano que significa una compañía.

El deporte por el monte selecciona a las buenas personas Jesús R. Huertas, catedrático de Fisiología Humanan de la UGR.

Y menos mal que he encontrado personas generosas que han antepuesto esta perspectiva a su propio rendimiento deportivo. Comenzando por mi marido y entrenador, Pablo, que es un dechado de paciencia y que es capaz de esperar sin que parezca que lo hace, y siguiendo por tantos amigos que van dándote cháchara en la cuesta, que se ponen a tu altura, y que analizan contigo el mundo mientras subes o bajas sus senderos. Lo único que yo puedo ofrecerles es mi persona. Si les merece la pena, si mi amistad es estímulo suficiente, aquí estoy: dispuesta siempre a compartir.

Un día íbamos cuatro amigos corriendo alrededor del cerro Huenes. Estábamos con Andrés y Mª José, que corren muy bien y que venían de Ciudad Real. Nos conocimos en Euráfrica. Ahora son nuestros amigos. Pues ese día, de repente, un señor que iba en chándal y con una bolsilla de esas de cordón, estaba parado en medio de un sendero. Miraba muy atento su móvil. Analizaba en una aplicación la ruta que quería hacer. Parecía que no lo veía del todo claro. Dimos los buenos días pertinentes, y Pablo procedió a lo que para él es lo natural: preguntar. ¿Está usted bien? ¿Hacia dónde va? Pues resultó que nuestro querido Jesús Huertas pretendía justamente hacer el mismo recorrido que nosotros nos habíamos planteado. “Véngase", le dijo Pablo. A partir de ese momento gracias a Jesús, que por más señas es catedrático de Fisiología Humana de la Universidad de Granada, la ruta se hermoseó al infinito: no solo compartimos un paisaje bello y fresco, sino que abrimos el melón de su conocimiento y mucho le hicimos trabajar. Lo bombardeamos: que si el ayuno intermitente, que si la dieta reversa, que si la tiroides, que si los suplementos… Qué regalo de la vida el encontrarlo. Y qué lujo cada vez que en otras ocasiones hemos hecho por coincidir. Y qué pobreza habría sido pasar a su lado, mirarlo y no verlo.

Yo comprendo que a veces se sale a entrenar. Y entrenar es cumplir con desniveles y tiempos, con kilómetros, con grados de esfuerzo. Y que el día que toca rendir, no se está para hallar lo profundo del alma humana. Pero hay días de otra clase. Hay días en los que honestamente, te da igual ir esperando al débil, a cambio de su compañía y amistad. A veces el débil eres tú. Y a veces soy yo. Pero qué más da: se hace camino al andar.