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Correr me salvó, y otros cuentos en la típica aventura, por Dakota Jones

“Hubo un día en el que me dije: Dakota, ha llegado el momento de empezar una nueva aventura. E inmediatamente comencé con los preparativos"

Dakota Jones

Correr me salvó, y otros cuentos en la típica aventura, por Dakota Jones
Correr me salvó, y otros cuentos en la típica aventura, por Dakota Jones

Hubo un día en el que me dije: Dakota, ha llegado el momento de empezar una nueva aventura. E inmediatamente comencé con los preparativos. ¿Por qué necesitaba una aventura en ese momento? La verdad es que no lo sé. A veces siento que la casa es demasiado confortable, y que la comida es demasiado sabrosa, y también que hay demasiada gente alrededor. Para ser productivo en el trabajo, es importante tener rutinas y concentrarse en proyectos específicos. Y entonces vienen tiempos cuando es imposible hacer esas cosas y estar contento. A veces hay que cambiar la vida, por un momento o por un año, solamente por el hecho de cambiar. Yo siento que debo escuchar esa llamada y seguirla.

Cuando digo: “Correr me salvó", no lo digo como algo definitivo y magno. No necesitaba escapar de una vida mala. Necesitaba correr para salvar mi vida. Creo. Hace años pensaba que la vida era un juego y que lo peor que me había pasado hasta ese momento era una “difícil" conversación con un policía. Aunque verdaderamente me gusta más hacer creer que soy un tipo audaz, un James Bond, y utilizar en mis narraciones verbos dramáticos.

A veces hay que cambiar la vida, por un momento o por un año, solamente por el hecho de cambiar. Yo siento que debo escuchar esa llamada y seguirla.

Esto fue lo que decidí hacer: salir de mi casa e ir a la de mi hermana, eso podría ser algo normal para muchos de vosotros, pero en mi caso no lo es tanto teniendo en cuenta que ella vive a 1.700 kilómetros, los que separan mis montañas de Colorado de su costa californiana, en San Francisco. Normalmente lo hago volando o conduciendo mi furgoneta, pero para este viaje, elegí hacerlo en bici. Calculé que podría hacer 170 kilómetros cada día, más o menos, y con esta media me bastarían 10 días. Por si acaso, para cubrirme las espaldas, reservé dos semanas. Pero justo el día antes de emprender el viaje cayeron en mi casa 15 cm de nieve.

No tengo aquí ni el tiempo ni el espacio para contaros cómo fue toda mi aventura, pero os diré que los días siguientes fueron duros, largos, mucha fatiga en la bici, siempre pedaleando a través de grandes espacios desérticos y grandes montañas. La mayor parte del día la pasaba solo, aunque conocí personas únicas y muy diferentes a mí. Cuando no te encuentras con mucha gente, cada interacción es poderosa.

Pasaba las noches en un saco de dormir, cobijado bajo las estrellas, y durante el día me embadurnaba la cara de protección solar. Había veces que los kilómetros pasaban rápidos y otras veces pensaba que nunca iba a llegar. Finalmente llegué a la costa del sur de California en bus, desgraciadamente no logré vencer al poderoso viento del desierto y recorrí los 300 kilómetros que me separaban de Los Ángeles en un bus. Aún me quedaba llegar a San Francisco, 800 kilómetros al norte, a lo largo de toda la costa. Los primeros días fueron magníficos, me iba moviendo con el Pacífico a mi izquierda y los cambiantes paisajes de California a mi derecha. Conocí a surferos en las playas y trabajadores mexicanos en los campos… hay grandes diferencias entre las gentes que viven en California.

Antes de salir de Los Angeles, Rickey Gates (que ahora vive en San Francisco) me dijo que había un camino cerrado en Big Sur, un lugar muy famoso por sus acantilados y montañas encima del océano. “No puedes pasar," dijo. “Hay un desprendimiento de tierras. Debes recorrer 100 km y 6.000 metros más de desnivel rodeando la costa." Pero dos noches antes coincidí con otro ciclista que me dijo que había conseguido pasar llevando la bici en la mano. “Son tan sólo 200 metros. Es fácil, lo único un poco más peligroso es el guardia que vive allí cerca para prevenir que pase la gente".

Big Sur estaba a dos días en bici de San Francisco. La otra ruta eran cuatro luchando contra el viento y las montañas en Arizona. Al llegar a Big Sur tenía solamente dos días para llegar a San Francisco y participar en un evento importante para mi patrocinador, Clif Bar. Así que elegí arriesgarme pasando el desprendimiento de tierras y el guardia. El día antes de probar suerte, lo pasé esperando el buen momento en un pueblo a 20 kilómetros al sur. Estaba nervioso, y no podía concentrarme en nada. A las 11 de la noche me puse en marcha, aunque tenía un frontal, no lo necesité en toda la noche, la luna era llena y todo el paisaje estaba iluminado. Había suficiente luz. El camino estaba cerrado 10 kilómetros antes del desprendimiento. No había nadie. El bosque desapareció también, dejando precipicios a ambos lados del sendero, me rodeó la niebla y yo pedaleaba sin hacer ruido, casi sin pensar bajo esa gran luna. El mundo era un círculo de 10 metros. Después de una eternidad, vi una gran luz en la distancia, me acerqué con la mayor precaución, me bajé de la bici y caminé con cautela.

De pronto vi que la luz venía del techo de una caravana, dentro de la cual había más luces y comenzaban a escucharse sonidos... “alguien vive ahí", me dije, y si me descubre nunca lograré pasar. Me di cuenta de que la única posibilidad de llegar a tiempo a San Francisco era salvar esa situación. Me acerqué lentamente a la caravana, con mucho cuidado. Justo antes de llegar, me paré, no había nadie fuera y mi corazón latía deprisa; esperé un rato pero me di cuenta de que no había más opciones que adelante o atrás. Marché adelante.

No respiraba mientras pasaba por delante de la caravana, y cuando lo logré y de nuevo me sentí protegido por las sombras, volví a montarme en la bici y salí pedaleando rápidamente. Aún mis ojos no se habían adaptado nuevamente a la oscuridad y de repente el camino desapareció bajo mis ruedas, me caí y empecé a rodar colina abajo, por suerte paré pronto, no me hice daño pero sí hice el ruido suficiente como para que el guarda se alertara y acudiera hasta allí: “¿Quién anda ahí?"… Me quedé inmóvil, en la sombra, e intenté permanecer escondido, los pasos se acercaron a mí y la voz masculina volvió a gritar aquellas tres palabras: “¡¿Quién anda ahí?!". Mi corazón latía más rápido que en una competición, pero seguí callado a pesar de que cada vez los pasos estaban más cerca. Se pararon y de nuevo la voz: “¡Te estoy viendo!". No aguanté más, agarré la bici y me tire colina abajo lo más rápido que pude mientras aquel tipo me perseguía dando voces, corrí hasta que encontré un sendero y seguí subiendo sin mirar atrás aunque sus voces eran ya más lejanas. Con la bici aún en la mano, logré llegar al final del desprendimiento y encontrar la ruta pavimentada, sin perder un instante me subí a la bici y me puse a pedalear como un loco, en tan solo un minuto estaba ya a salvo, no se escuchaban las voces de aquel hombre por ningún sitio, aunque sabía que aún no me separaba una distancia lo suficientemente segura como para estar tranquilo, así que seguí pedaleando durante más de una hora, la hermosa luna era mi compañera.

Se pasó el miedo, llegó el relax y empecé a notar cómo el sueño me vencía por momentos, busqué un buen lugar para estirar mi saco de dormir. Me quedé dormido rodeado de flores y de sus fragancias. Vale, quizá penséis que correr no es que salvara directamente mi vida, a lo mejor tenéis razón, pero lo que sí que salvó fue mi aventura de fin de semana y eso es ya más que suficiente para mí