Hace sólo unas semanas hemos asistido a dos desafíos que tocan de manera tangencial el trail running. De un lado, la bajada de las dos horas en la distancia maratón a cargo del gran Eliud Kipchoge, un gigante del atletismo, uno de los mejores fondistas de todos los tiempos. De otro, la ascensión a las catorce cumbres más altas del planeta en apenas 190 días por parte del eficaz y avispado nepalí Nirmal Purja. Dos hechos en los que el factor humano ha tenido un peso evidente pero en los que, además, cabe añadir la aportación de la tecnología y la ayuda artificial en grado sumo, además de una estrategia elaborada hasta el último detalle y, desde luego, un plan de marketing que ha llevado sus logros hasta el último rincón del planeta.
Casi paralelamente a estos hechos acontecía la desaparición de Francisco Contreras. SuperPaco tenía su propio récord. Con 81 años, era capaz de acabar los 101 kilómetros de Ronda. Sin más tecnología que dos varas labradas manualmente, sus pantalones de trabajo, su camisa de agricultor y su sombrero de paja, don Francisco ponía en pie a la afición por los pueblos que atraviesa la carrera. Con la modesta estrategia de acabar la prueba y sin plan de marketing alguno. No tenía nada que vender. ¿Quién va a querer, en estos tiempos de carbono y bastones telescópicos, un par de palos de madera, uno más grande que el otro y de grosor desigual?
Hasta los intentos de Kipchoge, no parecía cabal pensar que el ser humano fuera capaz de bajar de dos horas en la mítica distancia. Fisiológicamente parecía imposible. De igual manera que hasta la ascensión sin oxígeno de Messner al Everest, la comunidad médica creía improbable que el hombre pudiera respirar por sí mismo por encima de los 8.500 metros. A Messner, ademas, le llevó años escalar las catorce cumbres, aunque su propuesta -como la de cualquier himalayista reputado- nunca fuera la velocidad y sí la búsqueda extrema de la dificultad y de la aventura.
Los récords, los registros, la progresión demuestran la evolución del ser humano, de los materiales, de los medios y de los métodos. Pero los récords son también hijos de su tiempo. Igual de fascinante que ver correr a Kipchoge a 2:50 el kilómetro debió ser el maratón olímpico de Bikila, descalzo, por las calles adoquinadas de Roma, en los Juegos de 1960, con medalla de oro y récord del mundo incluido. Sólo que entonces no existía la potente maquinaria propagandística actual... ni zapatillas que vender.
¿Quién va a comprar unos pies descalzos? Los grandes registros son inapelables. Hay que ser un prodigio para bajar de las dos horas en 42 kilómetros, como Kipchoge, y hay que ser un reloj para no fallar en 14 intentos consecutivos a cumbres de 8.000 metros como Nirmal Purja, sin sufrir un rasguño y seguir vivo. Pero conviene poner cada cosa en su valor y no perder las perspectivas. Uno no se imagina correr un sólo kilómetro descalzo y aquel espigado etíope hizo nada más y nada menos que 42, hace seis décadas... Uno no se imagina correr un ultra cuando se está más cerca de los 60 que de los 50 y SuperPaco los corría con 81. ¿Liebres y placas de carbono en las zapatillas del récord de Kipchoge? ¿Oxígeno, sherpas y cuerda fija en el récord de Purja? ¿O los pies descalzos de Bikila y los palos de madera y el sombrero de paja de SuperPaco?
Las varas de nuestro agricultor nunca estarán en un museo o en un Hall of Fame como probablemente sí estarán las Nike de Kipchoge. Cada cual debe otorgar el valor que quiera a estas dos singulares herramientas. Probablemente, si SuperPaco viviera se quedaría con las zapatillas. Y si Kipchoge conociera la historia de Superpaco, elegiría los palos. En el fondo, estamos hablando de lo mismo. El hombre y su desafío