A veces, cuando echamos la vista atrás, podemos unir los puntos de nuestras experiencias y decisiones que nos llevan hasta donde estamos. Hace unas semanas, a punto de ponerme en la línea de salida de un Mundial de Trail, en Penyagolosa, y a punto de cumplir los “40 tacos", pensaba cómo había llegado hasta aquí. Una respuesta es obvia, corriendo, por supuesto, hilo conductor de mi vida.
Entonces me acordé de esos malos momentos en 2014 cuando tuve que renunciar a un sueño como era estar en el que podía ser mi último Campeonato Internacional como atleta, en el Europeo de Zurich, en maratón. Y en como busqué la forma de reconciliarme conmigo mismo y seguir disfrutando de correr. Encontré una excusa muy buena, de casi 300 km y 8 días por los Alpes, la Transalpine-Run, y me puse manos a la obra para prepararla y disfrutarla. De eso han pasado casi cuatro años.
Pero, al acordarme de ese reto tan bonito y que me descubrió las carreras de montaña, me acordé de unas salidas por la sierra de Madrid, allá por el año 2007, con un tal Depa, con un tal Alix, con Chema Martínez, con Luismi Berlanas, con Tamara Sanfabio, con Pedro 'el Venezolano', mis primeras excursiones por la sierra madrileña corriendo por zonas que ahora me son familiares y en las que descubrí que eso de bajar saltando por piedras y senderos no se me daba mal aunque lo mío, en esos momentos, era el tartán rojo de la pista, aún ni si quiera el asfalto.
Pero ahí no paró mi cabeza y me llevó a uno de los recuerdos más bonitos que tengo de mi etapa en Cáceres, donde cursaba mis estudios universitarios, allá por el año 1999 ó 2000, cuando en mitad de las semanas de exámenes, tras pegarme horas estudiando encerrado en la habitación, me escapaba un rato a despejar la mente, huía por un momento de mi vida y me encontraba en otra, como un sueño, subiendo la Montaña de Cáceres por sus caminos, bajo una ligera llovizna, solo con mi respiración y el continuo golpeteo de mis pies en el suelo hasta que llegaba a la cima y descansaba unos minutos disfrutando de las vistas y volvía a casa renovado por dentro y por fuera.
Entonces retrocedí aún más y me vinieron a la memoria esas excursiones que hacíamos con mi hermana y mi padre los fines de semana, a veces a pescar, a veces a pasear por el monte. La excusa era banal, lo descubrí después, dejar tranquila a mi madre para que pudiera estudiar, pero cuánto disfrutábamos por la Sierra de Arroyo o en la zona del actual embalse de Alange, entonces en construcción, con 9 ó 10 años, cuando aún no era ni un proyecto de atleta, corriendo entre las encinas, subiendo bajando y saltando por los canchos de piedra.
Ahora que lo pienso, quizás las montañas y yo estábamos predestinados a encontrarnos, antes o después, y espero disfutarlo, parafraseando a Forrest Gump, como si me hubieran regalado una caja de bombones en la que nunca sabes cual te va a tocar, pero que poco a poco todos los irás probando y disfrutando. Vamos a por el siguiente bombón, que diga, carrera de montaña.