Nuria Burgada es la madre de Kilian Jornet, para muchos aficionados el mejor corredor de montaña de la historia. Hablamos con ella y nos cuenta dos anécdotas de cuando Kilian era un niño y ya profesaba mucho amor por la montaña.
“El primer recuerdo se sitúa en el Refugio de Cap de Rec, en Lles de Cerdanya. Es invierno. Estamos a 2.000 metros de altitud y la estación de esquí de fondo ha organizado una nocturna con un circuito cerrado en el cual los corredores van dando vueltas. Como la luz eléctrica no llega hasta allí, la máquina para preparar la nieve ilumina con sus luces una parte del circuito, el resto queda totalmente a oscuras. Kilian es uno de los participantes, el más pequeño, con sus seis años quiere probarse con los esquís de fondo. No lleva frontal. No cree que le haga falta. Está en su casa. Es su patio de juego.
Después del primer giro al circuito, en la segunda vuelta no aparece. No lo han visto. Lo llamamos, no contesta. Empiezo a seguir el recorrido. Oigo unos sollozos fuera del trazado. Lo encuentro colgado, enterrado hasta la cintura en la nieve, suspendido sin tocar el suelo. Ha perdido el recorrido deslumbrado por las luces de la máquina y se ha desviado hasta llegar al río donde la nieve se le ha hundido bajo sus pies dejándolo sin tocar el suelo.
Es verano, principios de verano, Naila y Kilian son algo mayores, 7 y 8 años respectivamente. Hemos salido de Fontalba, en el valle de Ribas, con la intención de hacer la olla de Núria y dormir en Núria antes de volver. Cada uno va con su mochila llena con todas sus cosas: además de la comida, los utensilios para cocinar y dormir, y la ropa para abrigarnos, cada uno lleva su comida para el intelecto: un libro, una libreta y lápices.
Ya hemos pasado el Puigmal, el Pic del Segre, y cresteando veo cómo las nubes amenazan tormenta. Empieza a relampaguear antes de llegar al Pic de Nou Creus. Empieza a llover y los truenos cada vez suenan más cerca. Les digo: “Vamos a montar la tienda”. Salimos del filo de la arista unos centenares de metros para abajo y montamos rápido la tienda. Nos metemos los tres dentro y sacamos los libros. Empiezo yo a leer el mío en voz alta mientras los relámpagos resuenan cada vez más fuerte en el exterior y las gruesas gotas de lluvia salpican con fuerza la tela de la tienda. Luego lee Kilian y luego Naila.
Nos vamos imbuyendo en los mundos imaginarios de los libros y la tormenta que tan cerca estaba desaparece de nuestras mentes. Cuando Naila termina el sol ya hace acto de presencia de nuevo. Salimos a respirar y llenarnos de energía. Desmontamos la tienda y continuamos cresteando hasta llegar a nuestro destino”.