Tenerife Blue Trail fue un reto personal del que salí muy satisfecho el año pasado con esa primera posición y repetirlo en 2018 suponía de nuevo un gran desafío. Después de estar unos días preparando la carrera en el Hotel Alta Montaña de Vilaflor nos dirigíamos a la Playa de Fañabes a las 23:30 h para el pistoletazo de salida.
En 2017 tanto la prensa como los aficionados canarios dudaban si estaría en lo más alto del cajón. Sin embargo, en esta edición de 2018 la atención se centraba en el duelo entre Sangre Sherpa (ganador de 2016) y yo. Todo un aliciente o una presión añadida, según como uno lo sepa gestionar. Pero en el trail hay algo seguro: ¡Hasta que no cruzas la meta nada está ganado!
Salimos de la playa recorriendo la avenida para adentramos en un barranco técnico donde un descuido podía dejarte fuera de carrera, así que tomé bastantes precauciones y no quise arriesgar. A ritmo de David Reyes (corredor tinerfeño), pasamos por Adeje (kilómetro 8,5) en un pis-pas, bajando del tiempo que tenía calculado para el primer tramo. Sabía que este ritmo era alto, se podía llevar al principio de la carrera, pero las ultras no son solo los 40 primeros kilómetros, si no es también llegar bien a los últimos 40, así que intenté no quedarme atrás, pero sin pasarme de rosca, que aún quedaba mucha carrera.
A continuación nos adentramos en el barrando de los infiernos con un zig-zag de subida muy guapo para irnos metiendo en una zona con cada vez más vegetación y, ya en dirección al segundo avituallamiento, ubicado en La Quinta (kilómetro 14,4). En ese momento iba en tercera posición por detrás de David Reyes (a 4 minutos) y Sangre Sherpa (a 1 minuto), pero del avituallamiento salimos juntos con Sangre.
Antes de llegar al siguiente punto de paso, Ifonche (kilómetro 21), encontré una zona con mucha niebla que hizo muy complicado ver la señalización y saber dónde pisaba. De nuevo decidí no pasarme arriesgando y así fue como Sherpa se me descolgó 5 minutos y David Reyes, que seguía primero, unos 7 minutos. Hasta este punto no estaba preocupado por el ritmo de cabeza, pero tampoco podía relajarme, ya que Sherpa venía a quitarse la espinita del año pasado, como dijo, “la revancha", así que sabía que no iba a aflojar el ritmo, y David, corriendo en su isla y habiendo preparado bien la carrera, tampoco. Seguí haciendo e intenté ir a mi ritmo, pero desde Ifonche el “estómago" no me dejaba ir a gusto, con unos retortijones que a ratos me dejaban sin fuerza.
En el paso por el avituallamiento de Vilaflor (kilómetro 31), Sherpa pasó junto a David, dio un buen apretón y lo cogió. Yo llegué 7 minutos por detrás de ellos e hice un avituallamiento lo más rápido posible con cambio de pila del frontal incluido. Comí papas con aguacate, que parece ser que es lo que mejor le sienta a mi barriga. Aquí comenzó a endurecerse la carrera por varios factores, veníamos de una zona con mucha humedad y bochorno y cada vez íbamos cogiendo más altura mientras bajaban las temperaturas y los kilómetros se sumaban a nuestras piernas. Salí tranquilo y con la misión de recortarles tiempo, poco a poco, para llegar al Parador (kilómetro 49) juntos para luego “verlas venir" en la subida hacia la Rambleta del Teide. Y así fue como antes de llegar al Parador pasé a David Reyes y cuando llegué al avituallamiento del Parador encontré a Sangre Sherpa.
Salimos juntos y empezó “la guerra de poderes" para saber quién coronaría primero la Rambleta del Teide (kilómetro 58,7 a 3.555 metros sobre el nivel del mar) . Este año Sherpa tiró más que yo subiendo, me noté flojo por el dolor de barriga, que cada vez fue a peor y subí “a pasito de tortuga". Casi no comía, el frío era cada vez más intenso y el viento soplaba incrementando la sensación de bajas temperaturas. Llegué a tener las manos y la cara acartonadas, lo que me hizo aún más difícil comer y me noté torpe por momentos.
Cuando llegué a la Rambleta del Teide, ya había amanecido y calculé que había tardado 25 minutos más en subir que el año pasado. Comí algo de arroz a duras penas, ya que masticar con la boca “congelada" se me hacía difícil. Belén, la propietaria del Hotel Alta Montaña de Vilaflor y una buena amiga, me hizo la asistencia externa (la pobre debía estar más congelada que yo con el rato que pasó esperándome a la intemperie parada) y me dijo: “Alba dice que al bajar irás entrando en calor y los síntomas de la altura, el dolor de barriga, de cabeza…, irán mejorando". Creo que mi cara cambió un poquito y cogí fuerzas para empezar a bajar esos 3.555 m de desnivel negativo del tirón que me quedaban hasta el Puerto de la Cruz. ¡El gran descenso final de 42km hasta la meta!
Bajé las primeras rampas sin agobiarme, no vi a Sherpa, pero por las referencias que me habían dado calculé que me llevaba unos 5 minutos. Sabía que en el pisteo después de la bajada del Teide tenía que dar gas para recortar el tiempo que me metía. ¡Y así fue! En el paso por “Recibo Quemado" (kilómetro 72) ya volvía a estar junto a Sherpa, ¡parecía que estuviéramos jugando al gato y el ratón!
Comenzamos a correr por la pista dirección la Base del Asomadero y noté que me despegué fácil de él. ¡Y allí fue donde la lié! Vi dos cintas de señalización de la carrera en dos árboles a cada lado de un sendero y esto significaba que tenías que doblar por ese camino, así que sin pensármelo, por allí doblé. Encontré un desnivel brutal de bajada y yo dando gas para despegarme más de Sherpa. De repente no vi más marcas y me entró la duda y el pánico. Me paré, puse el track, que me tardó en cargar, más nervios… Finalmente me salió el track de la Blue y ¡vi que iba mal! Remonté hasta el cruce y vi una cinta al fondo de la pista que marcaba la dirección correcta, ¡qué impotencia!
Comencé a correr pero a un ritmo inferior, mi motivación estaba bajo mínimos y pensaba que ya se me había escapado la carrera. Llegué al avituallamiento de la Base del Asomadero (kilómetro 84) donde estaba mi familia esperándome para la asistencia externa y me comentaron que hacía 5 minutos que Sherpa había salido del avituallamiento.
Salí con la idea de intentar alcanzarlo, pero manteniendo la cabeza fría. Sabía cómo estaba corriendo él y los ritmos a los que yo había estado corriendo, así que calculé un poco y fijé mi objetivo en cogerlo en Tigaiga (kilómetro 92,2). No había que tirar la toalla; como digo siempre una Ultra no está decidido hasta que se cruza la línea de meta, así que tenía que probar fortuna.
Mi sorpresa fue que cuando coroné la dura y famosa subida al Asomadero, ¡vi a Sherpa bajando por una pista embarrada que parecía jabón!
A pesar que se que mi fuerte no es bajar me fijé en cómo está bajando él… ¡Y fui a por todas! Recordé las bajadas con nieve de este invierno por las pistas de esquí de la Cerdanya, donde resido ahora, y lo pasé como un avión con el objetivo de coger unos 10 minutos de ventaja al llegar a Tigaiga.
Una vez en Tigaiga sabía que “con poco iba". La barriga seguía dándome la lata y llevaba rato comiendo solo geles en carrera y papas con aguacate y arroz en los avituallamientos. Los carbohidratos líquidos se me hacían cuesta arriba y bebía solo agua.
Intentaba dar más y más gas de camino al Marítim (kilómetro 98), no me fiaba y no quería que me pasara como en Lavaredo 2015, cuando me adelantaron a 4 kilómetros de meta por ponerme a hablar en el último avituallamiento. En un pis-pas ya estaba en el paseo marítimo del Puerto de la Cruz recibiendo el calor del pueblo tinerfeño que cada vez está más volcado con esta gran carrera.
¡Doblete y más feliz que una perdíz! Por ganar, pero sobre todo por haber dado lo mejor de mí y haber sabido darle la vuelta a los malos momentos durante la carrera. Esta era una de las metas de esta Blue Trail, aprender a dominar mi mente en los malos momentos para salir de ellos. Lo hablamos con Alba justo antes de la salida, me acordé durante la carrera de nuestra conversación y ¡pude hacerlo! Hay que ir preparándose mentalmente para los 170 kilómetros del UTMB.
Mil gracias Canarias, mil gracias Tenerife y sobre todo mil gracias a mi familia. ¡Sin ustedes esto no sería posible!