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Con ocho basta

Fulgencio y su idea de ‘liarla parda’

Gobitu.

Con ocho basta
Con ocho basta

Y mientras tanto, el amigo Fulgencio se avituallaba viendo la vida pasar como aquellos que podían vivir sin prisa, sentarse en la desgastada tumbona de aquel porche destartalado, contemplando las chozas y las cuadras donde hace muchos años vivían los esclavos negros. Hasta que un día se le encendió la bombilla de bajo consumo y quiso jugar a la chica pero con órdago a la grande y se dijo: “la voy a liar parda otra vez”.

Para ello, lo habló con su mejor amigo y este le respondió con el mismo silencio con el que atendía a todos los mortales y es que solo los muertos te dan la razón que nadie más puede.

Intentó asesorarse y contactó con un viajante de máquinas de coser, un ebanista trasnochado y un delineante invidente y entre los cuatro debatieron avanzando sin moverse por los senderos de ninguna parte y siempre bien cercanos a las malas hierbas y a los palos chamuscados. Doce días completos invirtieron en recorrer esos apenas 2 metros que  separaba la realidad de la ficción y de tal destartalado como arrogante encuentro de viejos desconocidos, Fulgencio decidió que iba a hacer una carrera de montaña, la más grande jamás hecha y la iba a hacer alrededor de su país. Tantas horas caminando sin moverse del sitio le había reactivado la circulación y se le había puesto gorda.

No reparó en gastos y no dudó ni un minuto en gastarse todo el dinero que nunca acumuló en esos años en el que su cerdito del ahorro lloraba de hambre. De todas maneras el plan ya estaba en marcha y no vaciló a la hora de traer a los mejores.

-Fulgencio, ¿a quién vas a traer a correr?, le preguntaban los habitantes de su pueblo abandonado.

“A los mejores, a Michael Jordan entre otros”, contestaba Fulgencio mascullando entre dientes y que desde esa misma mañana ya viajaba con su propio pedestal y con una bolsa de plástico donde iba recogiendo tantas moñicas como ideas se le iban ocurriendo.

Es la hora del mesías, se autoayudaba, la hora de los que vamos a dar una vuelta a esto de las carreras de montaña y nos otorgamos la pericia de conocer los intereses de los corredores y proclamamos desde nuestros pulpitos brillantes y carcomidos que nunca más viviréis semejante experiencia. Será la primera vez que pagaréis por atravesar senderos que nadie atravesó hasta ahora, escalaréis las vírgenes cumbres inéditas hasta el momento y cruzaréis las aguas cristalinas de los únicos ríos que no vierten al mar.

Es una carrera de la ostia, os regalamos el calzado y material para correr, alojamiento en hoteles de infinitas estrellas y las mejores perspectivas de fotógrafos de tapa en el objetivo. Algo desconocido hasta el momento. 8 días deslizándote como la gota de agua de un alambique por los tubos de ensayo y que formarán ese líquido tan hermoso cuyo poso queremos que perdure en nuestro paladar.

Fulgencio no reparaba en que según iba escupiendo sibilinas ideas, la bolsa del estiércol iba engordando y ya suponía una carga que lastraba su capacidad de movimiento. Todo era cuestión de tiempo. Pero hasta que llegase ese momento tuvo el suficiente tiempo para albergar en su arca de Noé particular una legión de parásitos que veían en su trilera locura una oportunidad de salir de debajo de su endeble cascarón. Los días iban engordando sus horas de luz y ya dejaban entrever un nutrido grupo de forasteros de este deporte que iban ocupando las calles de ese pueblo fantasma donde iban a correr durante 8 días.

Finalmente y como en todos los duelos al sol a Fulgencio le rompió la bolsa del estiércol y aunque él fue el peor parado, aún tuvo los arrestos de salpicar a un montón de inocentes que estaban por allí en busca de un poco de vida. Esa que nos proporciona el correr por nuestras montañas, esa vida de la que cuelga el epitafio de Fulgencio y que como muy bien escribiera Borges: “Ya somos el olvido que seremos, el polvo elemental que nos ignora”.