La Euráfrica era mi gran reto deportivo del año. Me ha pillado lesionada. Eso podría haber implicado desánimo, malestar o frustración. No voy a decir que no me ha dado pena no correrla, pero como soy más de buscar soluciones que de anclarme en los problemas, ya que tenía mi dorsal pagado (y mis traslados, y mi comida, y hasta el alquiler de mi tienda de campaña), empaqué mis bártulos y fui. “Acompaño a Pablo”, pensé, “y me doy mis vueltas por ahí”.
Ese tipo de cosas las haces cuando tienes la clara convicción de que se puede ser feliz ante cualquier experiencia si de verdad albergas sincera predisposición a disfrutar. Porque, bien pensado, la aventura, así sobre el papel, merecía ser vivida, aunque yo, sin más remedio, me dedicara a las lides del acompañante. Qué coño: Algeciras, Gibraltar, viaje en barco, cruzar el Estrecho, llegar a Chaouen. ¿Haré yo alguna vez algo así de nuevo? ¿Tendré nuevamente esa oportunidad? Así, bajo la premisa de que la vida no es eterna, y que no hay que vivirla como si lo fuera, me hago mi hatillo y me voy. A estar cinco días de campamento, de carreras, para animar, convivir y conocer gente. Cinco días de vida saborizada con un potenciador impagable: el viaje en compañía, al hilo de una pasión como es para mí el trail.
Me cuesta abordar este relato sin que mi memoria cruce fugazmente datos que no es fácil encajar con coherencia. La experiencia de la Euráfrica ha sido poliédrica. Sus facetas son infinitas. Contarla en un raíl cronológico es un sinsentido. Contar, en esta ocasión, se asemeja para mí a la tarea del orfebre: dado el diamante, he de tallar todas sus caras. Y habrá que empezar por renunciar a algunas de ellas, para no alargar. Tanto hay, para tanto da, tanto han absorbido mis sentidos, tanto material he asimilado… Así pues, valga la advertencia como invitación. Quien quiera saber más, que vaya. Que vaya a la Euráfrica. Y que comprenda, antes de emprender el viaje, que se irá de una manera, y que volverá de otra. Pues no pasamos por la Euráfrica, sino que ella pasa por nosotros.
He de decir, que aunque yo ya tenía todos los motivos del mundo para ir al viaje a pesar de no correr, Alfonso, de Territorio Trail, pocos días antes de que llegara la prueba, me planteó el reto de ser compañera de Raúl para la cobertura televisiva. Siempre lo he dicho, y es verdad: soy de ‘tirarme al barro’. Me gustan los retos. Y dije que sí. Ha sido, por tanto, otro eje fundamental de mi vivencia. He aprendido infinitamente en el campo de la comunicación, en el que yo jamás había hecho nada parecido. He aprendido de los chicos de Apollo, del gigante Chito (tío, te quiero mucho, y os debo un café a Cristina y a ti), y de mi Raúl, que ha sido infinitamente paciente con mi aprendizaje. He dado lo mejor de mí. Eso sí puedo certificarlo. Y, he de decirlo, siento infinita gratitud por las oportunidades recibidas.
Cuando Pablo y yo llegamos a Algeciras, el campamento estaba aún a medio montar. Anochecía. Con esa media luz conocí al grueso del grupo que sería mi núcleo de vida de esos días. Dani Aguirre, tan grande y tan amable, y Juan Dual, que corre delante de la muerte cada día de su vida, y gana. Y Adri, de la organización. Y Alejandro, de Estudio Apollo, que con Sergio sería el lazo de nuestra colaboración televisiva.
Nos juntamos en el campamento, y el ambiente era de risas, de zapatillas, de flashes y de estrellas tímidas en el cielo desvaído por la luz artificial de Algeciras.
El medio kilómetro vertical de Gibraltar que se celebró el miércoles, fue una experiencia pintoresca: pasar la frontera (qué sensación tan de cosa obsoleta y vieja tuve ante el proceso), los monos, el spanglish, los precios en libras… Allí comimos y esperamos el comienzo de la prueba. La salida, emocionante. Las caras, pletóricas. La espera al sol, aliviada por la alegría de ver a los corredores explosionar para salir. Y ya arriba del todo, los monos al acecho de los bocatas, los corredores resudados, cerveza en mano, y todos allí apiñados, comentando, disfrutando vistas, y acopiando fuerzas para el día siguiente, porque ahí se iniciaría lo duro. La subida al Peñón, creo yo, fue un añadido feliz. Bonito. Con su entrega de premios bonita, en esa cueva bonita. Y ese Mayor, que fue bonito en su discurso (primer político bonito que conozco, con su actitud festiva, con su cercanía sincera), fue un plus de lo más encantador.
Las carreras en el Parque Natural de los Alcornocales (versión de 30 y de 50 km) fueron duras: el calor era asfixiante. La humedad espesaba el aire. Y los corredores iban llegando a meta, encantados por lo visto, y aliviados por el descanso. Unos paisajes espectaculares iban alentándolos. Zaid, con su sonrisa eterna, llegó de nuevo el primero, tal como hizo el día anterior. Implacablemente acabó imponiéndose en la prueba.
Pero aquí, en la carrera de 50, surgió la sorpresa. Juanma Jiménez llegó 2º. Javier Ordieres , 3º. No era la quiniela que habíamos echado. Casey Morgan y Dani Aguirre se habían perdido. Y encima el escocés, se nos había esguinzado. Así, Javi, que sólo había pensado en hacer un top 10, se nos metió el 3º. Me permito hacer un paréntesis, me permito bucear en su corazón y sentir su emoción. Su alegría infinita al cosechar tal fruto. Y la presión brutal sobrevenida ante un puesto que ahora habría que gestionar. Le seguí muy especialmente esos días a partir de ese momento. De lejos le miré desde mis ojos y ausculté su corazón. Leí su rictus. Leí sus dudas. Leí su miedo. Su gesto se atribuló y el signo de su viaje se endureció: el caño de las experiencias se tornó más rígido, porque rozaba el podio, y él se sentía responsable de alcanzarlo finalmente, de no echar por alto este brutal primer esfuerzo. Cómo me alegra, Javi, que todo tu trabajo, tu empeño y tu tesón, hayan obtenido fruto. Porque sé qué es para ti ese podio. Porque viví cerca de ti tu empeño, que más que ambición era responsabilidad. La oportunidad de dar sentido a una apuesta de vida. Qué felices somos tantos por ti.
Y las chicas. Esa lindísima Noelia Camacho, a la que admiro en su actitud sensata y sabia. Esa intratable Angels LLobera. Y esa Ana Cristina Constantin, trabajadora, determinada y talentosa. Qué gusto verlas llegar, verlas sonreír, que sean tan fuertes, que sean referentes brillantes, como deportistas, y como mujeres.Por otro lado estuvo el viaje a Chauen, con su encanto de cuidad sin tiempo, con sus niños que cruzan sin mirar por las calles, y sus olores fuertes (a veces agradables). Sus comidas, sus gentes, su atardecer infinitamente sensual… Mis palabras no son sino pinceladas, como tristes postales que ingenuamente quieren poseer un panorama salvajemente bello...
La carrera en Chaouen tuvo el ingrediente especial de la participación local. Los marroquíes corren mucho. Y corren por debajo de sus posibilidades, limitados por la falta de medios. Quisiera yo saber qué ocurriría de cantar allí el gallo de la abundancia. Ganó Zaid. Y Dani Aguirre, y Casey Morgan, se nos desquitaron y realizaron una gran carrera. Y nuestro Juanma Jiménez, tan llano, tan grande, se nos cayó (se hizo daño, y le deseo una pronta recuperación). Y Javi Ordieres, estalló en meta, como una estrella brillante, de sudor y de esfuerzo, en súbito fulgor.
Y entre las mujeres, Ángels Llovera rubricó su primer puesto, y Noelia, eterna sonrisa, el segundo. El tercero fue para Ana Cristina, que obtenía un merecido podio. Yo me alegro por las tres. Pero especialmente me alegra el triunfo de Ana, que tanto sacrifica muy a pesar del día a día y de un trabajo que la absorbe infinitamente, y que sin embargo se coloca en la línea de salida con su mirada de valkiria, a darlo todo, a dar todo lo mejor de sí.
Así, este relato poliédrico, es pobre. Estas frases hiladas son un osado intento de encerrar una emoción infinita en un frasco humilde. No hay palabras que puedan fijar sobre un papel qué es la Euráfrica Trail. Cada minuto allí vivido sólo se parece a él mismo. Sólo se define en sí mismo. Tan solo encuentra parangón en la experiencia en sí. Pero a pesar de la pobreza de mis intentos, sirva esta versión limitada de mi Euráfrica para agradecer a la vida cada persona que conocí, cada rato que pasé, cada minuto que esperé a mi Pablo en la meta deseándole que fuera tan feliz en su trayecto como yo lo era en el mío. Y sirva, además, para encender la mecha de tu deseo: tú, que con paciencia me lees en este artículo, sirva este para dibujar en ti la idea de que en un futuro próximo seas tú quien viva este gozo en forma de inscripción en la Euráfrica.