A ver, no me hacía falta ir a Zegama para saber que yo no pasaría los cortes de la carrera. Pero el relato es sencillo de entender: en febrero te toca el dorsal, te compras los billetes de avión, te alquilas una casa y un coche; y un amigo, que ha perdido un hijo, te pide ayuda -al hilo de otra cosa, pero Zegama nos vale- para dar visibilidad a la donación de médula. Y tú, que como corredora tienes mala factura, te pones al lío ese de entrenar, de comer bien, de ir al gimnasio, de estirar… no te falta un detalle, excepto el talento. Y como tampoco es que seas una inconsciente, ya por el mes de mayo te pones a estudiar la carrera, y te dices: “Bueno, una maratón en 8 horas". Pero te lo dices con humildad, no dando por sentado nada: “Malo será que no lo pueda hacer, porque, oye, he acabado otras con desniveles parecidos en menos de 7 horas". Pero es el barro de Zegama lo que hace que no tengas confianza, porque eres de Graná, y aquí hay solano, calor y deshidratación, pero barro… raramente.
Continúas tu estudio concienzudo a un mes de la prueba y echas un ojo a los tiempos de corte: “Esto es otra cuestión: 20 kilómetros, 1.600 positivos, 3 horas y 15 minutos". Analizas tu histórico y haces tus cálculos: tu dorsal, tu avión, tu alojamiento, tu coche de alquiler, tu ilusión por la causa que te mueve, tu ilusión por ir a Zegama y tu comprensión de que otro año no será, porque otro año no te va a tocar otro dorsal, y, además otro año no iré mejor entrenada, ya sé que estoy en mi tope de mejora (eso lo digo sin pena, que tengo edad y que ya pongo toda la carne en el asador en mis entrenos, y aquí estoy). Así que me digo: “Bueno, pues voy, porque, total, lo peor que pasará (y sé que pasará) es que no llegaré a los tiempos de corte". Y con humildad, tranquilidad, aceptación y alegría, emprendo un viaje hacia mi fracaso.
Como tengo redes sociales (no es que yo sea una celebridad, ni se pretende, pero me expongo a los medios y, por supuesto, a las opiniones ajenas ¡Mea culpa! Acepto el juego sin quejas), algunos me advierten de buena fe: “Querida, no pasas el corte, estúdialo bien". Y de buena fe yo les digo: “Lo sé. No pasa nada. Voy a ir aún así porque ya tengo hasta el día pedido en el trabajo, y mi banderola de ‘Dona Médula’, y mi ilusión de que eso sirva de algo". Me dicen: “Claro, se comprende". Otros tienen peores palabras, pero no hay que engañarse con lo que en la vida te puedes encontrar.
Con todas estas certidumbres, y a pesar de que al final yo me había querido engañar un poco y había pensado realmente que si me apretaba mucho mucho podía llegar a meta, de que hizo el día perfecto para mí (sol y calor de justicia), había entrenado, comido, dormido, llevaba la equipación testada, sosiego y ganas, no llegué a los cortes. Y no saqué mi banderola de ‘Dona Médula' en meta. Y a pesar de haber pensado, racionalizado, interiorizado y aceptado todo, todo lo aquí expuesto, cuando me puse en la línea de salida, me pudo la alegría, y el amor por la vida que me daba un privilegio como ese. Y, casi literalmente, salí a reventar. Y aún sabiendo lo inevitable, mi estrategia consistió en un loco “no guardar", en un loco “quiero llegar al corte", como sea, cadáver aunque sea. Y cualquiera que haya coincidido conmigo en el recorrido, me ha tenido que ver sonreír de éxtasis y sufrimiento. Y ha tenido que escuchar una respiración de límite, de pulmones desesperanzados y espoleados, de pelea donde nada hay que hacer. Como un ridículo David ante un Goliat que no va a fallar, y la exposición es clara, y el resultado inexorable. Por eso cuando llego al kilómetro 20, cuando llego con 13 minutos de retraso, cuando llego azorada y corriendo, consciente de ir fuera de tiempo, con sed y con ganas, y me quitan el dorsal, me echo a llorar. Como si no me lo hubiera esperado, como si yo no lo hubiera sabido, como si yo, caída de un guindo, no hubiera sido avisada de que Zegama es Zegama, con buenas y malas palabras, con palabras de apoyo y con palabras devastadoras. Mis lágrimas duraron lo que tardé en volver a la realidad.
Tengo frustraciones y desgracias en mi vida, llevo, como todos llevan, tragedias en las muescas de mi corazón. Pero entre esas muescas no va a estar una carrera, porque a pesar de mi fracaso (sí, FRACASO. Llamemos al pan pan y al vino vino), yo he vivido la fiesta del trail más hermosa, alucinante y loca que podía imaginar. Y lo he hecho por una noble causa, he salido con los mejores del mundo, lo he intentado honestamente dando lo mejor de mí que para este negociado yo tengo, y no lo he conseguido. No siempre querer es poder.
Este es el relato de una comprensión racional de que mi fracaso es todo un motivo de orgullo para mí, un regalo de la vida, una oportunidad cuya certidumbre no me ha restado el decirme a mí misma sí al hecho de vivirlo. Podía haberme arrugado. Pero… que me quiten lo bailao. Y oye, tú que me lees, considera hacerte donante de médula. Es muy fácil, hasta una corredora de nivel inferior como yo, que no llega a los cortes en Zegama, puede salvar una vida. Qué no harías tú, que seguro que lo habrías hecho mejor.