Y aquí estaba yo una vez más a las puertas de una carrera de ultradistancia, esas que tanto me gustan porque como la mitad puedes hacerlas andando nadie se da cuenta y cuando entres en meta eres como una especie de icono de no sé muy bien qué.
Podría decirse que soy el estereotipo de corredor que puede presumir de que la ocasión la pintan “calva”.
55 km por delante con 3000 que me encargué minuciosamente el día anterior de repasar para ver en su parte con esa pericia que solo tenemos las leyendas, con lo que salí con mi lustroso bulbo raquídeo sin protección solar para llegar incandescente al campo base antes de que a las 6 de la mañana dieran la salida. Me dediqué a hidratarme el resto del día con las típicas bebidas isotónicas que tanto nos gustan y que vienen tan bien después de un esfuerzo prolongado aunque quizá me pasé.
A las 6 de la mañana se daba la salida y ahí estaba yo tan incandescente que pude salir sin frontal. Todos los perros me meaban las piernas pensando que era una farola , aun así fueron discurriendo los primeros metros hasta que las ganas de mear se volvieron insidiosas por lo que tuve que apoyarme en una barandilla para ejecutar tan digno acto con tan mala suerte que la valla estaba electrificada y el chispazo que sentí fue tan heavy que recorrió todo el cuerpo hasta detenerse en los braquets de la boca, donde se regodearon hasta tal punto que los niños venían hacia mí en plena noche pensando que yo era el coche fantástico.
Después del contratiempo comenzaba a mantener un ritmo constante en la mitad muy baja de carrera durante esos 11 km interminables hasta que comenzaban los tramos montañeros, iba mejorando y adelantando puestos hasta el km 18 donde tendría que estar el segundo avituallamiento. No estaba, no había nadie, por lo que pensé que igual yo era más rápido de lo que creía y había llegado antes de que lo montaran… La cara se me iluminó porque daba signos de que soy muy bueno entonces. Ahí estuve al menos un cuarto de hora hasta que por detrás de mí llegó el corredor escoba para decirme que el avituallamiento estaba 2 km más adelante. No, no me lo podía creer… He de decir que la cara que puse es de esas que te quedan como cuando compras un piso en primera línea de playa en Torrevieja y te dan la terraza para la parte de atrás.
No voy a negar que me repuse una vez más y continué mi aventura y que poco a poco fui mejorando en sensaciones y ritmo con lo que a mitad de carrera a la altura de la estación invernal ya estaba a mitad de tabla. Entonces empezaba a notar una pequeña molestia en el pie que poco a poco se tornó en un auténtico coñazo porque una china se me había metido en la zapatilla, aunque esperé a que acabaran los pedreros para extraerla de mí.
Efectivamente, cuando me descalcé, ahí tenía la jodida china con su 1,54 de estatura y un ramu de flores en la mano y gritando cosas ininteligibles. No me paré mucho más y me la llevé, ya éramos casi amigos y a un compañero nunca se le abandona en la montaña.
Entonces llegué al km 45 a punto de empezar el descenso y aquí se puede decir que cambió la carrera para mí totalmente; a lo lejos observo un tumulto de gente y según me voy acercando veo a una bella corredora postrada en el lecho verdoso de las praderías campurrianas. Me intereso por ella y de repente se me encendió la bombilla del ingenio (siempre me dije que hay corredores que corren muy rápido y otros que son muy rápidos). Yo pertenezco a esa segunda clase, por lo que les sugerí que se marchasen que me quedaba yo hasta que viniese otro por detrás para que no perdieran posiciones, pero tenía que estar allí el protagonista, el típico que no puede con los huevos y que prefiere hacerse el héroe. Me recriminó que no me preocupara, que él era médico. “¿De qué especialidad?”, le interpelé yo, a lo que me contestó que llevaba 8 años de especialista de pulmón y corazón…jajajajajaja, casi se me caen los braquets y la china al suelo, entonces le miré a la cara y le dije: “Estarás contentu… ¿Ocho años de pulmón y corazón? ¿Y el otro pulmón qué?”.
Con las mismas se marchó enfurecido y entonces nos quedamos a solas la chica herida y yo. Y la china. Entonces fue cuando pude llevar a cabo mi artimaña propia de los grandes genios y que acrecentaría mi leyenda. En cuanto no nos vio nadie le cambié el dorsal y de repente cambiaba para mí la carrera drásticamente. Pasaba de ocupar el 238 de la general a sexta femenina… No voy a negar que fue clave, porque de ahí a meta pude mantener la posición y entrar a meta ‘supercontenta’.