Los corredores siempre queremos llegar a meta. A veces lo hacemos a cualquier precio, cueste lo que cueste. Estamos tocados, lesionados, enormemente fatigados o simplemente faltos de entrenamiento, pero no renunciamos al dorsal y queremos continuar en carrera, aunque estemos hechos un trapo. ¿Por qué nos cuesta tanto abandonar? ¿Sentimos que es un fracaso? ¿Nos puede el ego? Consultamos la opinión de dos especialistas que intentan arrojar algo de luz a esta complicada cuestión, el periodista Roberto Palomar y la psicóloga Patricia Ramírez.
→ Patricia Ramírez
Psicóloga especializada en deporte
Una prueba de ultradistancia pasa por un propósito firme, reflexivo y motivante. No es “hala, mañana empiezo a correr”, sino que es fruto de un deseo interno, una promesa o un reto personal. Este tipo de objetivos generan un compromiso enorme con quien los elige. El problema de fallar en la carrera no es lo que otros puedan decirte. El gran problema es la sensación de fallarte a ti, a tu palabra y a tu meta. El corredor tiene la sensación de que no acabarla, a pesar de estar sufriendo o de lesionarse, sería tirar por la borda todo el tiempo y sufrimiento invertidos durante los meses de entrenamiento. Nadie quiere convivir con la idea de fallarse a sí mismo.
Esta idea de fallarse lleva implícito también una bajada de la autoestima: “¿has visto, no eres capaz?”. Cuando decides y comunicas a tu entorno y familia que vas a competir en una prueba de 100 km, pocos son los que no te llaman loco. Se ve una proeza de tal calibre que para el resto de personas es inalcanzable. Y como ellos no se ven capaces, piensan que tú tampoco lo serás. Los corredores piensan que abandonar la prueba es dar la razón a quien te dijo que no podías y que eso de alguna forma te etiqueta como poco capaz, poco preparado, haber sobreestimado tus recursos y no estar a la altura.
Y por último, no acabar la prueba para ellos es sinónimo de fracaso. El objetivo era correr una carrera de 100 km, no de 73 u 89, eran 100. Todo o nada. Esta idea es fruto de unas expectativas equivocadas, basadas en el resultado y no en el rendimiento. Las personas debemos prepararnos para dar lo mejor que tenemos, con toda nuestra buena voluntad y con todo lo trabajado. Alcanzar el objetivo es un premio maravilloso, pero no es el único. Tenemos que fomentar la satisfacción por entrenar, por ser coherente con valores como la disciplina, los hábitos de vida saludables, tener un orden en la vida, saber priorizar, no solo vale llegar a la meta. Y lo más importante, el disfrute. Si no llegar supone una insatisfacción tan grande como para priorizar la lesión por encima de tu salud, no estás disfrutando del camino.
Cuidado con las exigencias en tus aficiones. Si te pasas de rosca, un día dejarán de ser aficiones.
→ Roberto Palomar
Periodista deportivo y ‘finisher’ de vocación
Los porcentajes de retirados en las carreras de montaña son bajos. Quiero pensar, primero, en la fortaleza de los corredores. En tipos que han entrenado mucho y bien para que el día clave su cuerpo responda en base a las expectativas creadas: luchar por la victoria, pelear por un puesto o por un tiempo determinado o el muy noble y leal propósito de, simplemente, terminar la carrera.
Creo honestamente que hay pocos retirados porque los corredores se entrenan lo suficiente en base a esas expectativas. Un corredor de montaña, sea élite o un simple aficionado, es por definición, un tipo duro. Con un físico suficiente como para aceptar la exigencia de la disciplina y, sobre todo, con una capacidad mental para aceptar los obstáculos y los sufrimientos derivados de la carrera por encima de la media. Con una resiliencia más allá de cualquiera que no practica actividad deportiva. Creo en el corredor de montaña.
Ahora bien, debo admitir que hay que dejar un porcentaje -pequeño- a la imprudencia, a los que no saben dónde se meten, a los que no saben las consecuencias que puede traer el hecho de llegar a la meta a cualquier coste, a quienes se sienten presionados por colgar su carrera en las redes sociales o a los iluminados del “caiga quien caiga y cueste lo que cueste”. También hay corredores de estos. Corredores inconscientes que deberían pasar a engrosar la lista de retirados y, sin embargo, están en la lista de finishers poniendo en riesgo su salud.
También creo que en las etapas de la vida deportiva de un corredor de montaña se tiende a desdramatizar la retirada. Al principio cuesta muchísimo resistirse y se soportan dolores y sufrimientos por encima de lo aconsejable y, una vez que el corredor tiene experiencia, ni le avergüenza retirarse delante de sus compañeros ni siente frustración por una retirada como podría ocurrirle en sus primeras carreras. Con el tiempo, el atleta sabe escucharse, se conoce mejor y sabe minimizar los riesgos mentales y físicos de una retirada. No pasa nada por retirarse.
Salvando las distancias y las diferencias entre los dos deportes, en España tenemos un experto en saber darse la vuelta. Y eso le ha servido, entre otras cosas, para salvar la vida y volver a intentarlo de nuevo. Se llama Carlos Soria, es alpinista, ha sido corredor de montaña y es un deportista excepcional. Siempre que coincido con él, se lo digo: “Carlos, lo tuyo es el arte de saber darse la vuelta”. Tomemos nota los demás de éste sabio. Las carreras y el monte van a seguir ahí, esperándonos para ser disfrutados. No nos acostumbremos a la retirada, no nos rindamos antes de tiempo, pero no nos avergoncemos tampoco al decir: “Me he retirado… ¿y qué?”.