Correr por montaña no solo requiere de una resistencia física trabajada a golpe de kilómetros. También necesita de un trabajo invisible, mental, que puede ayudarnos a rendir más si nuestro objetivo es competir y hacer buena marca en carrera. Hablamos de la concentración. Entendemos por concentración la capacidad de focalizar nuestra atención (mental y también visual) en un objetivo determinado que, en nuestro caso, sería el propio terreno sobre el que avanzamos.
Cuando afrontamos una carrera larga o especialmente dura, el cansancio físico va a aumentar con el paso del tiempo y los kilómetros, y es entonces cuando nuestra capacidad de concentración se ve mermada. Salvo en corredores de alto nivel, preparados con psicólogos deportivos y con un don innato para la competición, en el “resto de los mortales” se produce un efecto entre la fatiga física y mental, afectando la primera a la segunda negativamente. La atención sobre nuestra propia técnica de carrera y nuestra zancada disminuye y los movimientos son menos coordinados que hasta entonces.
En estos momentos en los que nuestros reflejos ya no están en guardia y tenemos más dificultades, podemos poner en marcha un mecanismo de “regreso a la concentración” que es realmente sencillo y efectivo. Se trata de hacer pequeños juegos mentales con nuestro entorno para mantener activa la atención y no dejarnos ir mentalmente. Por ejemplo, puedes jugar a adivinar la marca de las zapatillas de otros corredores o buscar números redondos en los dorsales de los participantes.
De esta manera, pasarán los kilómetros más rápido y tu cerebro se mantendrá activo y concentrado en una actividad, dejando en un segundo plano la fatiga mental producida a raíz del cansancio físico ya acumulado.