Hace pocas fechas estuve en el Comité Olímpico Español, en la Gala Corazones Solidarios. Fue un evento destinado a la activación de la vida saludable, a la implantación de los buenos hábitos y, sobre todo, a la promoción para la investigación y el trabajo en la prevención de la muerte súbita. Mi presencia fue en calidad de premiado, así que tuve que echar un pequeño discurso. Y hablé de la absoluta falta de controles de salud en nuestras carreras y del papeleo que te exigen fuera. Cualquiera que haya salido a correr fuera de España sabe que tiene que ir con las zapatillas y con un certificado médico por delante... o no corre. En algunos casos lo tienes que enviar a la hora de hacer la inscripción y en otros, no sólo lo tienes que enviar con antelación, sino que debes llevarlo físicamente el día que vas a recoger el dorsal.
Seguro que en España hay carreras que lo solicitan, pero no recuerdo un grado de rigidez como el que tienen en Francia, por ejemplo, donde estuve en el mes de abril, en una prueba cicloturista. Una prueba con una exigencia física bastante menor de la que pueda tener cualquier carrera de montaña al uso de nuestro calendario. Hubo gente a la que le faltaba el dichoso papelito y se quedó sin correr. Españoles, por supuesto.
Razonaba estas afirmaciones mientras los doctores, en primera fila, asentían con la cabeza. En especial, el doctor López Farré, el hombre que lidera con todas sus energías la cruzada contra la muerte súbita. Si hoy tenemos desfibriladores en instalaciones deportivas y grandes superficies es, en buena parte, gracias a su lucha.
No se pretende, desde aquí, soltar una moralina ni dar lecciones. Simplemente, se trata de contar lo que le pasa a un modesto deportista que tiene la oportunidad de mirar y comparar lo que sucede dentro y lo que pasa fuera. Lo que empieza siendo un engorro cuando haces la inscripción, -el dichoso papelito, ¿dónde consigo yo ahora el dichoso certificado médico?- facilita las cosas al organizador, que bastante tiene en el caso de que se produzca una desgracia y, desde luego, puede salvarte la vida, que es el fin último de todo el trámite, siempre que éste se haga con rigor y seriedad médica y no con un "firme aquí, doctor, que tengo que ir a echar una carrera".
Deberíamos incorporar el control de salud a nuestra rutina de corredores -sea cual sea nuestro nivel- como un hábito más. Gastamos más dinero en el último modelo de pulsómetro que en una prueba de esfuerzo que nos daría datos fiables para introducir y leer en nuestro flamante aparato con absoluta certeza. Lo que estamos viendo en nuestro pulsómetro de 300 pavos, sin haber pasado antes por el médico, es mentira. O, al menos, carece de rigor.
Y otra batallita más para no acabar con mal sabor de boca. El año pasado, en una carrera, en Suiza, un corredor español se rompió el fémur en una caída. Fue evacuado al hospital y ahí terminó la obligación del organizador. El chaval no estaba federado. Desde ese momento, dependía del hospital. Y en el hospital no le operaban salvo que pagara por adelantado varios miles de euros. Los que andábamos por allí, dispuestos ya a hacer una colecta, nos dimos cuenta de que hubiera sido más rentable que se hubiera roto el fémur en cualquier país del tercer mundo que en la perfecta, higiénica, saneada y aséptica Suiza.
Una llamada a la embajada lo arregló todo. El corredor fue operado con cargo a la Seguridad Social... de España.