Corría el año 2010 cuando Reinaldo Ramos y César Díaz subían y bajaban montañas en Gran Canaria y observaron que a su alrededor no había ningún participante discapacitado. Les extrañó. Y entonces una idea brillante pasó por sus cabezas. Les faltaba algo. Doce meses después, ambos volvían al mismo lugar, a la misma hora, pero iban acompañados. Junto a ellos, José Luis Hernández, un joven con parálisis cerebral y un gran espíritu aventurero. Por delante, 24 kilómetros y la incertidumbre de hacer algo que nadie antes había hecho en España: una carrera por montaña con una joelette. Hablamos de una silla adaptada de una sola rueda, con brazos en la parte delantera y trasera para su manejo. Un vehículo que no fue diseñado para las rocas ni los ríos.
Lo que parecía una disparatada idea de dos amantes de la montaña terminó por convertirse en un proyecto pionero que cambió la vida de José Luis. “No tiene capacidad para controlar sus movimientos, ni tampoco puede hablar. El tren superior no puede moverlo, solamente los pies. Pero él es plenamente consciente de todo, es muy lúcido, sus únicas barreras son físicas”, nos explica Reinaldo, uno de los ideólogos del proyecto.
Empeñados en conseguirlo, los dos corredores viajaron hasta Tenerife para recibir un curso de formación sobre el manejo de las joelette. La silla se maneja desde atrás, posee un freno para controlar las pendientes, pero la tracción se hace desde la parte delantera. En función de la dificultad del camino, se necesitan dos o tres personas para transportarla con seguridad. Pero Reinaldo y César se bastaron ellos solos para cubrir los 24 kilómetros de la modalidad Starter de la Transgrancanaria. El aprendizaje fue duro e intenso, pero sin duda, mereció la pena. “Fueron muchas horas en el gimnasio haciendo musculación y ejercicios de equilibrio, ya que tuvimos que aprender a correr con la cintura porque los brazos los llevábamos ocupados con la silla, que pesa 15 kilos”, recuerda Reinaldo como si hubiera sido ayer mismo.
Sobre la joelette, un tipo sin miedo a nada y con las ideas claras. Un cinturón de seguridad y una pechera anclada a la silla aseguraban su integridad durante la carrera. También lo hacían unas muñequeras, coderas, unas gafas y un casco. “Si hay una caída, él no se puede defender, no tiene actos reflejos”, puntualiza su guía.
Lejos de lo que muchos puedan pensar, para José Luis Hernández competir en una carrera de montaña también supone un desgaste físico y mental. El esfuerzo que hace es considerable si tenemos en cuenta la cantidad de baches y grietas por las que transita su silla, que se convierten en impactos directos contra su cuerpo. Por eso, antes de una carrera, se prepara en el fisioterapeuta. “Mentalmente es una persona muy fuerte, pero termina las carreras molido, como cualquier corredor”, comenta Reinaldo.
El cansancio no es lo único que Jose Luis comparte con el resto de corredores. La tensión previa a la competición o la carga de hidratos la noche de antes nunca le abandonan antes de colgarse el dorsal. Tampoco las ganas por mejorar sus resultados. “Es muy competitivo, siempre quiere llegar el primero a la meta, y cada año nos pide entrenar más para hacer mejor marca. Para él hacer una prueba de montaña es un chutazo de adrenalina, lo vive de una manera muy intensa. Este último año tuvieron un percance en carrera y, lejos de desanimarse, Jose Luis era quien alentaba al resto de compañeros del equipo”, nos dice en confianza su hermana Alicia.
Han pasado cuatro años desde que aquellos tres intrépidos participantes abrieran camino por sí solos en lo que fue el embrión de la modalidad Transcapacidad. Fueron los primeros en lograr que un deportista con discapacidad motora completara una carrera de montaña en nuestro país. Para superar el desafío crearon un protocolo de comunicación a través de una plantilla con pictogramas en los que Jose Luis señalaba sus necesidades en cada momento.
Quienes conocen bien al joven deportista aseguran que aquella experiencia le cambió la vida por completo. “Se hizo un personaje muy célebre en la isla. Su participación en la Transgrancanaria tuvo un gran impacto mediático por ser algo pionero. Nos llamaron incluso desde Alemania para crear allí una prueba para discapacitados”, comenta cuatro años después Reinaldo Ramos.
Aunque la parálisis cerebral impide hablar a Jose Luis, su rostro transmite sentimientos con gran sinceridad. Como la expresión de alegría que mostraba al llegar a la línea de meta, recibiendo el aplauso de todos los participantes en la carpa de avituallamiento. Fue la primera vez que se colgaba un dorsal en el pecho, y desde entonces suma unas cuantas, no solo en Gran Canaria, sino también en otras islas del archipiélago, como en Fuerteventura, donde completó la media maratón de la Coast to Coast. Entre los desafíos por hacer, suena con fuerza la subida al Teide, un reto que llevaría a José Luis al punto más alto de la geografía española. Su ejemplo demuestra una vez más que las barreras solo existen para quienes no lo intentan.